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54<br />

y pasar por alto mi desinterés y el aburrimiento que<br />

me provoca el deporte rey de nuestro país.<br />

Yo, reconocido cinéfilo y fanático de la TV, logré<br />

en estos cuatro meses de relación con Diego adentrarlo<br />

en mi mundo y pasar momentos increíbles.<br />

Siempre muy alejado del mundo futbolístico, acercándome<br />

solo como oyente de los relatos que Diego<br />

me compartía con tal entusiasmo que me hacían<br />

recordar a un niño pequeño recibiendo su regalo soñado<br />

en Navidad.<br />

Una tarde que acordamos salir de compras, me<br />

hace la pregunta del millón.<br />

—Christián, mi amor ¿me acompañas al partido<br />

de este fin de semana? —un silencio casi eterno pasa<br />

entre los dos—. Nunca un novio me ha querido acompañar,<br />

para mí sería muy importante que tú lo hicieras.<br />

—¿Dónde es? —pregunto, esperando como respuesta<br />

Arica o Puerto Montt.<br />

—Es acá en Rancagua, y ya tengo las entradas —su<br />

cara de ilusión me descoloca—. ¿Quieres ir conmigo?<br />

Mi mente repasa todo lo que he visto en televisión,<br />

las experiencias de Diego y otros amigos en un<br />

estadio. Me armo de valor y le respondo:<br />

—Sí, vamos, te acompaño. Aunque, te aclaro que<br />

jamás he puesto un pie en un estadio y si me da miedo<br />

o no me gusta el ambiente, me largo, ¿ok?<br />

—No te preocupes, lo pasaremos increíble —su cara<br />

de felicidad superaba al niño con su regalo preferido.

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