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y pasar por alto mi desinterés y el aburrimiento que<br />
me provoca el deporte rey de nuestro país.<br />
Yo, reconocido cinéfilo y fanático de la TV, logré<br />
en estos cuatro meses de relación con Diego adentrarlo<br />
en mi mundo y pasar momentos increíbles.<br />
Siempre muy alejado del mundo futbolístico, acercándome<br />
solo como oyente de los relatos que Diego<br />
me compartía con tal entusiasmo que me hacían<br />
recordar a un niño pequeño recibiendo su regalo soñado<br />
en Navidad.<br />
Una tarde que acordamos salir de compras, me<br />
hace la pregunta del millón.<br />
—Christián, mi amor ¿me acompañas al partido<br />
de este fin de semana? —un silencio casi eterno pasa<br />
entre los dos—. Nunca un novio me ha querido acompañar,<br />
para mí sería muy importante que tú lo hicieras.<br />
—¿Dónde es? —pregunto, esperando como respuesta<br />
Arica o Puerto Montt.<br />
—Es acá en Rancagua, y ya tengo las entradas —su<br />
cara de ilusión me descoloca—. ¿Quieres ir conmigo?<br />
Mi mente repasa todo lo que he visto en televisión,<br />
las experiencias de Diego y otros amigos en un<br />
estadio. Me armo de valor y le respondo:<br />
—Sí, vamos, te acompaño. Aunque, te aclaro que<br />
jamás he puesto un pie en un estadio y si me da miedo<br />
o no me gusta el ambiente, me largo, ¿ok?<br />
—No te preocupes, lo pasaremos increíble —su cara<br />
de felicidad superaba al niño con su regalo preferido.