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sabía a qué lado la pelota iría por la velocidad de<br />

aquel camarada que estaba en nuestros corazones.<br />

Klimenko se pasó al arquero y con el arco solo se<br />

dirigió con la pelota a reventarlo. El grito lo tenía en<br />

la garganta pero no quería salir, Klimenko no hizo el<br />

gol, pegó la pelota a la línea del arco y la golpeó hacia<br />

la mitad de la cancha. Todos quedamos callados<br />

en el viejo Zenit.<br />

El árbitro nazi que pitaba el partido no pudo<br />

cobrar nada a favor de los alemanes aunque quisiera,<br />

porque el Start no hizo nada para favorecer<br />

el supuesto robo. Terminó el partido y el grito salió<br />

desde mis tripas hacia el exterior. Klimenko le había<br />

dado una bofetada a los alemanes. Klimenko,<br />

el magnánimo, el que perdonó la goleada histórica<br />

del poderoso Start ante los del Flakelf. Aunque<br />

todos sabíamos cómo terminaría la historia, todos<br />

estaban felices de que por fin éramos superiores y<br />

sin apelación ante el enemigo, que ahora con balón<br />

en mano se retiraba del campo del Zenit sin decir<br />

una palabra.<br />

Días después, y luego de que los traidores del<br />

Rukr quisieran una revancha, que terminó en una<br />

nueva derrota ante los panaderos, llegaron los de la<br />

Gestapo a la casa de Iosif. A Nikolai, jugador miembro<br />

de la KGB lo fusilaron al instante. A mi amigo<br />

y camarada Kordik y a su hijo los encarcelaron por<br />

proteger a los comunistas. A Klimenko con los otros

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