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50<br />

el payaso, cansado de correr sobre sus manos, se iba<br />

de hocico al suelo.<br />

Los presos detrás de la malla de alambre, el público<br />

sentado en el pasto del pequeño cerro cercano<br />

a la cancha, nosotros, con los bolsillos repletos de<br />

ciruelas y manzanas, veíamos correr a un orangután<br />

comiendo un helado de agua de colores, un desnutrido<br />

tarzán que eludía rivales, un payaso de peluca<br />

naranja tropezando con sus enormes zapatos, una<br />

inexpresiva y tiesa momia vendada con papel higiénico<br />

que intentaba cabecear una pelota, un esqueleto<br />

que perdía la dignidad de la muerte rodando por<br />

el suelo, tratando de hacer una chilena, el partido<br />

era una sola carcajada; y una carcajada es más peligrosa<br />

que un virus, eso se sabe cuando se produce<br />

el contagio. Un contagio que duraba hasta los<br />

recreos del día lunes en la Escuela Superior, cuando<br />

bien peinados entonábamos el himno nacional.<br />

Perdían 8 a 2, 11 a 4, pero eso a nadie le importaba.<br />

Si alguien dice que eso no es jugar fútbol, entonces<br />

que chutee la primera carcajada. Lo importante era<br />

la alegría que contagiaban a todos los espectadores<br />

que reían sentados en el pasto de la pampa cercana<br />

y a los presos que esperaban la hora de su encierro.<br />

Si no cree esta historia intente borrar las risas que<br />

en nuestros recuerdos han permanecido sin envejecer<br />

durante más de 40 años.

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