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El sábado antes del partido se hizo una colecta<br />

de dinero, el poco que había, para que el Start saliera<br />

con indumentaria deportiva acorde al gran acontecimiento<br />

que, quizás, sería el último para aquellos<br />

héroes que jugaban por la patria. Con Klimenko, el<br />

goleador del equipo que jugaba con los mismos zapatos<br />

con los que trabajaba, nos habíamos hecho<br />

amigos en las tardes de entrenamiento. Se ganó la<br />

cordialidad de mi esposa e invitamos varias veces<br />

al equipo a almorzar con Iosif y su hijo. Es así que<br />

le regale a escondidas de Irina los zapatos de fútbol<br />

de nuestro hijo para que destrozara a los alemanes.<br />

Él, con lágrimas en los ojos, sabía que quizás sea el<br />

último partido que pueda jugar y me lo agradeció en<br />

el alma. Me dio un abrazo y se colocó los botines de<br />

Iván, mi hijo, contra los alemanes del Flakelf.<br />

Aquel partido fue un verdadero clásico, más de<br />

veinte mil personas en el viejo Zenit viendo como<br />

los panaderos del Start le ganaban por 5 a 3 a los alemanes<br />

del Flakelf, perdiendo su invicto, su honor y<br />

la gloria traída con ellos desde toda la Europa nazi.<br />

Ahora los que tenían el dominio del juego eran los<br />

del Start. Cuando terminaba el partido, Klimenko<br />

comenzó a correr con la pelota, se paseaba y dejaba<br />

de lado contrario a los defensas alemanes, corría<br />

como si mi hijo estuviera en sus zapatos, él también<br />

corría de esa manera, pasó a uno, dos, tres jugadores<br />

alemanes, iba directo al arco, el arquero no<br />

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