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Zapatos con sangre<br />
Esteban Abarzúa<br />
Cuando me cuesta quedarme dormido por las noches<br />
en vez de ovejas me pongo a contar maradonas<br />
revolcándose en la pista de ceniza tras el respectivo<br />
guadañazo de Chuflinga Herrera. Una seguidilla<br />
de caídas maradonianas que me gusta imaginar con<br />
el piano de Goodfellas cuando empiezan a aparecer<br />
como fiambre los cómplices de Jimmy Conway en<br />
el asalto a Lufthansa. Sobre todo la escena en que se<br />
abren las puertas de un camión frigorífico. Scorsese<br />
le sube el volumen al piano y aparece Frankie Carbone<br />
tan congelado que debieron esperar dos días<br />
para poder hacerle la autopsia. Dicen que conciliar<br />
el sueño es más fácil si uno sintoniza imágenes placenteras<br />
en su cabeza. Yo creo que no hay por dónde<br />
perderse entre los tiernos estoperoles de Herrera y<br />
esos demonios que berrean.<br />
Las cosas que le pasan a uno, ¿le pasan para toda<br />
la vida? ¿O hay un momento en que se quedan en<br />
la banca, se esconden en algún callejón oscuro de<br />
la memoria? ¿O sencillamente se esfuman sin dejarte<br />
una mísera explicación de su huida? Lo pongo<br />
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