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82<br />
el 5 de Abril. Desde la tribuna me relataba el partido<br />
solo para mí, como si la pelota la llevara Sergio<br />
Díaz, Ricardo Dabrowski, Hugo González o el chico<br />
Hoffens.<br />
El partido estaba un poco tedioso. El 0 a 0 hacía<br />
que la gente pifiara o le gritara garabatos a los<br />
jugadores. Yo hojeaba mi revista y miraba entre el<br />
público, por si podía reconocer al héroe no reconocido<br />
por nadie. Terminó el primer tiempo y pensé en<br />
mi mamá y el tiempo que habíamos estado lejos, así<br />
que pensé aprovechar los 15 minutos del entretiempo<br />
para correr las dos cuadras a mi casa y acompañarla<br />
un rato. Salí del estadio a la calle Rosas y crucé<br />
la vereda, pasando por fuera de la fuente de soda<br />
donde se juntaban los parroquianos futboleros, viejos<br />
solitarios que se tomaban sus copitas y discutían<br />
de fútbol y de la vida. Entre ellos un caballero alto<br />
y muy moreno, con una copa de vino en la mano,<br />
sus ojos rojos que miraban desde la barra a todos<br />
los demás, como no queriendo compartir con nadie.<br />
Su mirada era triste, sus gestos eran de hastío, de<br />
enojo, con el ceño fruncido.<br />
Ahí me quedé, mirándolo con vergüenza y temor.<br />
¿Qué hago? ¿Será mi ídolo anónimo? ¿Será que<br />
está enojado y borracho? ¿Será el mismo que se vestía<br />
de negro y tapaba todo en el famoso Chaguito<br />
Morning? No creo, si fuera él no estaría solo, la gente<br />
se le acercaría a saludarlo o a pedirle autógrafos.