Revista nº 22 - Plan alfa

Tres años más tarde, en el capítulo general de 1418, fue elegido Padre
General de la Orden y Prior de San Bartolomé de Lupiana, ya que ambos
cargos iban unidos. Dicha elección, según aparece en las Actas de dicho
capítulo, fue conflictiva por muy distintas circunstancias, a las que ahora
no podemos descender. Pero al fin se dice que los confirmadores fallaron que
debían confirmar la dicha elección pues era recta y canónicamente celebrada (fol.
20r). Durante su generalato no consta que realizara nada extraordinario,
pero es cuando concibe la idea de “reformar” la Orden. Fray José de
Sigüenza piensa: “Como los negocios de la Orden no le daban prisa, y por la
quietud grande que ella había, él estaba ocioso, tuvo lugar, como hombre aficionado
a letras, de revolver atentamente las obras de nuestro glorioso doctor y padre
San Jerónimo” (I, 309). Parece ser que durante este tiempo comenzó a trazar
una serie de normas rigoristas, que se salían del cauce que había seguido
hasta entonces la Orden, y componía una regla monástica sacada de los
escritos de San Jerónimo, con ánimo de imponerla en lugar de la de San
Agustín. Aquí empieza la gestación de la discutida obra monástica de
nuestro Fr. Lope de Olmedo. Llegamos a 1421, en el que se celebra un
nuevo capítulo general y, en contra de lo que han dicho algunos historiadores,
es claro -el ambiente no estaba para ello- que no fue reelegido Padre
General. En 1422 volvemos a verle en Guadalupe y a mediados de 1424 en
Roma, donde consiguió gracias pontificias que reconocían la creación de
una nueva rama jerónima, etc., etc. El hecho es que, tras unos años de actividad
por parte de Lope para salir con sus intentos de reestructurar la
Orden, nos encontramos con representantes de ambas facciones en Roma
(1428) ante Martín V. Después del oportuno y prudente diálogo con las
partes, dejó siguieran su camino los de la antigua observancia, y autorizó
a Lope a constituir la que empezaría a denominarse “Congregación de la
Observancia”. Hay que advertir que para entonces ya tenía algunos mo -
nas terios, incluso en Roma, con su observancia, y sólo les faltaba esta
aprobación pontificia.
Así las cosas, tras los muchos avatares que este proceso llevó consigo, en
1429 Martín V mandó a Lope como administrador apostólico a la archidiócesis
de Sevilla y allí aprovechó para fundar su primer monasterio en Es -
paña, el de San Isidro del Campo, habitado por el cister, que se encontraba
en plena crisis. Lo erige en casa de su Congregación de la Ob ser vancia; la
más famosa e importante de las que tuvo en España y la que se convirtió en
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