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Revista nº 22 - Plan alfa

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“Acerca de esta condición no hay cosa en que detenernos<br />

sino sólo advertir, que los que traen alguna habilidad particular<br />

que sea de provecho en el ministerio Eclesiástico, como es el cantar,<br />

el tañer, y el escribir libros de la Iglesia, pueden ser recibidos<br />

con algo menos suficiencia de la que los estatutos piden.” (Ins -<br />

trucción, p. 94)<br />

Esto podrá llegar a extremos un tanto perjudiciales para la orden en<br />

ciertas ocasiones. El conceder el hábito a postulantes que sólo sabían música,<br />

sin prácticamente tener unos mínimos conocimientos de Latín y<br />

Gramática, cuenta con numerosos ejemplos en las biografías de monjes,<br />

sobre todo a partir del s. XVIII. He aquí uno del Escorial, referido a fr.<br />

Francisco Osés (ca.1730-1774), quien al menos se aplicó más tarde en el<br />

estudio de la Gramática:<br />

“Tomó nuestro santo hábito por su voz, y habilidad en la<br />

Música, hombre ya hecho y de edad de 24 años. Tenía un Con -<br />

traalto muy dulce, y bueno, supliósele el defecto de la Latinidad,<br />

que ignoraba, pero con su buen genio, y aplicación salió en breve<br />

perfecto Grammático.” (Memorias Sepulcrales, pp. 675-676)<br />

Para el gobierno del coro (dividido en dos, por lo general, para el canto<br />

antifonal) existió desde los primeros años la figura del Corrector del<br />

Canto, equivalente al Chantre o Capiscol de las catedrales e iglesias. En los<br />

monasterios de comunidad más numerosa se contaba con un Corrector<br />

Segundo e incluso con un Corrector Tercero. Según Sigüenza, ya los santos<br />

padres del Concilio de Constantinopla crearon la figura del Corrector<br />

del Canto, para de este modo dar unidad al coro monástico: “Para esto<br />

criaron oficios de correctores a quienes todos escuchasen y siguiesen, sin<br />

que alguno tuviese licencia de detenerse ni alargarse más de lo que ellos<br />

ordenasen, reduciendo con esto a unidad tanta diferencia de voces. De<br />

esta obediencia que todos tienen a los correctores (aun hasta allí van juntos<br />

sacrificio de alabanza y obediencia) nace la hermosura grande que se<br />

ve en los coros de esta religión, aquella concordia tan excelente de todos<br />

tan loada, pues no hay instrumento tan acordado en el mundo que tanta<br />

unión guarde en sus voces.” (vol. I, p. 326).<br />

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