090-AZFEBRERO2015
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HALL<br />
GOS<br />
Así explica la “Operación Cóndor” —desde el lado<br />
peruano— el almirante Carmona, por otra parte implicado<br />
hasta el cuello en la red de adopciones ilegales:<br />
Los argentinos venían a buscar a sus terroristas, los<br />
localizaban y se los llevaban. En agradecimiento, sacaban<br />
del país a algunos de los nuestros durante las<br />
elecciones. Nada del otro mundo… Ellos tienen su<br />
mundial de futbol y nosotros las elecciones.<br />
La improvisada, pero persistente investigación de<br />
Félix conduce al submundo de los izquierdistas y de<br />
los militares que luchan a muerte contra ellos. Con<br />
todo y una visita a la Escuela de Mecánica Militar de<br />
Buenos Aires, centro de tortura y “desapariciones” del<br />
régimen argentino.<br />
Es un submundo de infiltrados, informantes, agentes<br />
dobles y traiciones triples: cada uno juega su propio<br />
partido.<br />
Por aquí deambulan Joaquín Calvo, maestro en la<br />
universidad de Lima, investigador de “movimientos<br />
revolucionarios y estrategias de seguridad”; su padre,<br />
Gonzalo, combatiente comunista en la guerra civil española,<br />
de los que aún recordaban que la legión aérea<br />
que bombardeó Barcelona se llamaba “Cóndor”, y Susana<br />
Aranda, la rubia y trágica esposa del almirante<br />
Carmona, pero amante a la vez de un “subversivo”<br />
como Joaquín y amor platónico del joven Félix Chacaltana.<br />
Intervienen asimismo Álvarez y Uranga,<br />
barbones camaradas marxistas —o al<br />
menos eso es lo que parecen— porque en<br />
el mundo de Roncagliolo uno nunca sabe,<br />
algo siempre está fuera de sitio.<br />
Félix comprende que enfrenta algo mucho<br />
más grande que él. Se ve como “un tonto<br />
que se ha creído agente secreto”, un 007<br />
andino, “mucho más efectivo que nuestro Servicio de<br />
Inteligencia”, tal como le dice el almirante.<br />
Félix aprende dos o tres cosas sobre el amor y las<br />
mujeres, porque La pena máxima es también la novela<br />
de la educación sentimental de Félix, dividido entre<br />
una madre católica y castrante; Cecilia, su novia cursi<br />
“de manita sudada”, y la pulsación erótica que le provoca<br />
la misteriosa y bella Susana Aranda. Nunca antes<br />
había hecho daño a nadie, pero aquí se descubre capaz<br />
de matar. “He envejecido 20 años en un par de días”,<br />
resume Félix, ya menos inocente.<br />
Los episodios domésticos de la vida de nuestro<br />
“Gutierritos” limeño dan pie a una comedia de folletín,<br />
que tan bien se da en los escritores peruanos, por<br />
ejemplo a Mario Vargas Llosa en La tía Julia y el escribidor.<br />
Citar a Vargas Llosa es obligado en el caso de Roncagliolo,<br />
el heredero más visible del estilo novelístico<br />
del Premio Nobel peruano. Es tal su deuda con el autor<br />
de Conversación en la catedral, que el (sub) título de<br />
La Pena máxima podría haber sido, en guisa de homenaje,<br />
Conversación en el Cordano, por el nombre de<br />
la céntrica cantina limeña en la que Chacaltana y su<br />
amigo Joaquín Calvo se reúnen a jugar ajedrez y beber<br />
chicha.<br />
“¿En qué momento se había jodido el Perú”, se<br />
preguntaba Vargas Llosa, desde las primeras líneas de<br />
Conversación en la catedral, publicada en 1969.<br />
“Este país no tiene solución”, le hace eco<br />
su discípulo Roncagliolo, todos estos años<br />
después, en las páginas finales de la buena<br />
novela de suspense, política y futbol que es<br />
La pena máxima.<br />
La pena máxima<br />
Santiago Roncagliolo<br />
Alfaguara • 2014 • 388 pp.<br />
www.educacionyculturaaz.com 55