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sumario - Bibliotecas Públicas

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es un fantasma auditivo más que visual, lo quehacía que no pudieras ponerle “cara” al terror ysacaba de tu “Yo” más profundo las másatemorizantes amenazas. Todo esto era capaz dehacerlo este espanto. Y lo digo en pretérito,porque al igual que el Martinico, desapareció enesa vorágine de modernidad que empezó a barrerlas tradiciones y los fantasmas (de muchas clases)a mediados de los sesenta. Curiosamente, seesfumó un poco más tarde que nuestro querido“Martín”; porque este lo hizo en masa aldesaparecer la mala alimentación cotidiana. Y elzarampompón, como si se resistiera a seguirlo, unpoco después, cuando las mulas y los burrosfueron pasaportados para otros lugares, porejemplo a Alcazar de San Juan, de donde muchosde ellos volvían transmutados en embutidos ychacinería; o hacia destinos ignotos peroigualmente trágicos, desahuciados por el nuevo eincansable” labrador” de nuestros campos: eltractor. Y es que el Zarampompón era, si se mepermite la expresión, un “fantasmaonomatopéyico”… O sea, la conversión de unruido en la presencia ó la esencia de un“espanto”…Para entender esto, es preciso trasladarse con laimaginación a los años cincuenta; mejor, a loscuarenta Tú estás durmiendo en tu “sala”; lacalma es total como corresponde a una época en laque la tranquilidad en el pueblo era la normaprincipal, en la que ningún ruido perturbaba comoahora el silencio de las calles ni de los hogares.Cuando era posible escuchar el gemido de la másligera brisa en los cables del telégrafo y losdiálogos y la música del cine de verano situado enel otro extremo del pueblo. Y aún más: si lanoche era tranquila y la atmósfera “hueca,” sepodía escuchar perfectamente el silbato del trende Malagón. Aunque esto último te parezca unaexageración, es totalmente cierto; y te dará unaidea de la escasa o nula contaminación acústica enaquellos años.Digo, pues, que tú intentas dormir plácidamenteacompañado por la luz de la lamparilla de lasánimas encima de la cómoda y el pesado tic- tacdel reloj de cuerda. De pronto, se oye un ruidosordo que no parece salir de ningún sitio enconcreto; pero que se percibe perfectamente enel silencio que casi se puede cortar deldormitorio. Y no sólo eso, sino que el sonidoaumenta de volumen y se acompaña esta vez deun par de golpes secos, sumamente claros, queparecen proceder de la pared en la que está lacabecera de la cama. La oreja alerta, notas cómoun principio de “mieditis” empieza a hacer presaen ti. Pero es sólo el comienzo, pues el ruido sereproduce cada vez con más intensidad: ruido deDESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 9 – JUNIO 2012arrastre, golpe… ruido de arrastre, dos golpes… Yasí durante un buen rato.La imaginación, que invocábamos al principio, sedesboca: ya te parece que lo próximo serán tresfuertes y secos golpes en la puerta de la “sala”,con los que (dice la tradición) San Pascual Bailónanuncia a los moribundos el próximo y últimoViaje al seno del Señor. Al cabo de unosmomentos, empiezan las elucubraciones yempiezas a cavilar: parece que el sonido procedede la pared de la cabecera, donde existía haceaños una alacena que tapiaron con “algo dentro”,para encubrir un feo asunto de familia… O, a lomejor a las Ánimas les parece poco el haberpuesto sólo una mariposa en el aceite de laofrenda a los difuntos…Porque, lo del “olvido de pagar las misas que dejóofrecidas la tía Fluge no creo yo que…Todos los temores, todos los pecadillos, hasta losmás ocultos y olvidados, oprimen tu corazón;pero de momento… el silencio. Que, exceptuandoel pausado “tris- tras” del reloj, es total. Sinembargo, cuando estás intentando conciliar elsueño, vuelve a oírse la misma secuencia deruidos: un arrastre, dos o tres golpes… unarrastre, dos golpes… Así una y otra vez, Quizásdurante minutos… O puede que más de una hora;en una especie de matraca oscura yatemorizadora… De tal manera, que si pudieratranscribirse en palabras, sonaría de estaforma:”zaraaam… pom…pom… zaraam. .pom...pom” .Y ahí, a mi juicio está el origen de estenombre de” duende onomatopéyico”, como dijemás arriba. De ese fantasma tan familiar para losvillarrubieros que acompañó muchos relatos demiedo en nuestras veladas alrededor del fuego. Deese “miedo tan rico” que decía un amigo mío yque resultaba de una inocencia tan pura y castaque hoy nos parece para párvulos al lado de loque presenta cualquier programa de televisiónaunque su argumento nada tenga que ver con elterror. ¿Cuál era, pues el secreto de tales sonidos?El misterio, como he dado a entender en líneasanteriores, era la existencia en la inmensamayoría de las casas de un pueblo eminentementeagrícola, de cuadras con sus correspondientesanimales estabulados. Especialmente mulas yburros, los cuales al levantarse y dar unos pasosen el oscuro recinto de sus cuadras, para tomar un“tentempié” (nunca mejor dicho) de cebada ópaja, producían esos “raps” que aunque esdifícil, he procurado transcribir de manera fielY claro, en el silencio casi total de aquellasmadrugadas, el sonido no sólo se percibía contoda nitidez, sino que hasta las vibraciones seapreciaban si por algún motivo ponías la mano enel muro. Esos ruidos recorrían las paredesmaestras, los tabiques y repercutían a través de38

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