ITINERARIO HISTÓRICO DE LA GASTRONOMÍA DOMINICANA280ITINERARIO HISTÓRICO DE LA GASTRONOMÍA DOMINICANA281frondosidad del bosque y la belleza del paisaje, «...los hermosos mangos, tamarindos,jobos, grandes platanares y cocales». Y al llegar a la ranchería,describe la actitud de su tropa, «...todos corrieron a tomar su plato de campañay recoger una suculenta ración de carne guisada con viandas» Y agregael militar: «La tropa carecía de pan, pero la bondadosa dueña repartiómagníficos y enormes plátanos pintones, cuyo asado constituyó otra fiestapara los soldados».La «bondadosa dueña» era aquella sacerdotisa de la que hemos hablado,de la que cualquiera diría que estaba amadrinada en sus instintos culinariospor el gran Lúculo y vocacionada fervorosamente a la satisfacción del paladaranheloso y reclamante; en fin ama-de casa-cocinera criolla a secas.Más tarde, tras la batalla del 6 de septiembre en Santiago, honor de lasarmas nacionales revolucionarias, en la retirada de las tropas españolas acosadaspor el famoso General Manuel Rodríguez, alias el Chivo, cuenta LópezMorillo que en un momento de reposo, en Gurabo, amparados por unafamilia dominicana hubo «...reparto de huevos, frutos, gallina con arroz ycafé con leche» Y ya al caer el día: «Los guraberos que habían marchado enbusca de víveres, regresaron cerca de la noche conduciendo burros cargadosde cabritos, gallinas, arroz, leche, huevos y café: una despensa completa debuenos alimentos y necesarios para remediar el hambre de siete días, en cuyolapso sólo arroz cocido en agua y un poco de pan habíamos tomado y enaquel día 13, ni arroz». Gallina con arroz no podía ser otra cosa que el locriode pollo o el guiso de gallina acompañado de ese cereal, panaceas quela paila hospitalaria ofrece como paliativo de la apetencia voraz y a la curacióndel mar de la bulimia.Ya en la postrimerías de la Guerra Restauradora, cuando España habíacomprendido el engaño de Santana y la falsedad del sueño promisor del imperioreencontrado, López Morillo, cuenta de la conducta de las tropas dominicanasque lo custodiaban: «...mientras apagábamos la sed con agua decoco, una gran paila sosteniendo carne de puerco, plátanos y boniato veíamossobre troncos encendidos chisporroteando. Los de la escolta, sin cuidarsede nosotros, se alejaron por la selva buscando guanábanos y viandasmientras nosotros contemplábamos con delicia cómo las negras nos preparabanel sancocho».Trasladado a Jánico, en la Provincia de Santiago, el General español tieneuna vez más la oportunidad de conocer otra variedad del plato anteriormentemencionado. Dice López Morillo que para los prisioneros españolesque se encontraban en aquella comunidad «En uno de aquellos bohíos nosestaban preparando un sancocho de carne de chivo y viandas...».Podría parecer que este plato, por la diversidad de sus componentes, vienea ser de elaboración dificultosa y, sin embargo, no lo es, puesto que en loshechos no son tantos los pasos que exige su cocimiento. Además, para definirlo,no hay que pensar en el sancocho de siete carnes. El que el dominicanodel común está acostumbrado a comer, no sólo en sus hogares sino en lasfondas y restaurantes económicos, es generalmente, el de una sola carne: gallina,chivo, puerco o vaca.El Capitán González Tablas, nos ofrece muy poca información acerca dela alimentación en los años 1863 a 1865. Como lo consignan sus compañerosde lucha antes citados, lo cierto es que en aquella difícil situación en quese encontraron las tropas españolas fue la cocina popular dominicana, tal ycomo lo suscriben los generales La Gándara y López Morillo, la que les sirvióde sustento. Narrando la retirada de Santiago de las tropas españolas,asediados por los francotiradores, González Tablas refiere la reacción de lacolumna tras un encarnizado combate en el que pudieron rechazar a los dominicanosy tomarles sus alimentos: «El regimiento de la Corona se incorporó,trayendo siete caballos ricamente enjaezados y varios macutos (morrelque usaba el enemigo) llenos de plátanos asados, mazorcas de maíz y carne”.Estos alimentos les cayeron a esta tropa española como regalo del cielo,puesto que ya les habían tomado gusto durante su acuartelamiento y en elfragor de la lucha mientras defendían la fortaleza de San Luis, en la ciudadrecién abandonada.Samuel Hazard, periodista norteamericano, que llegó al país en 1871,
ITINERARIO HISTÓRICO DE LA GASTRONOMÍA DOMINICANA282«...para sus particulares propósitos...», escribió un libro al que puso como títuloSanto Domingo, su pasado y su presente. En su estancia entre los dominicanos,el periodista comprueba la pobreza existente en el país y hace estejuicio: «...todas las clases, y de aquí se sigue que las clases altas manifiestenun sentimiento de reserva frente a los extranjeros que no responden a susdeseos ni tradiciones». A Hazard le sucedía lo que a no pocos foráneos, quesin ponderar las razones históricas de las costumbres de un país y el por quéde su estilo de vida, establecen comparaciones mecánicas, tomando comoparadigmas de civilización las expresiones culturales de su patria para hacercrítica de la que no se les asemejan. Comprobar que las clases altas manifestaban«...un sentimiento de reservas frente a los extranjeros...» era no tomaren cuenta o ignorar la situación del país, de sus ciudadanos, en aquel 1871en el que el gobierno de Buenaventura Báez estaba al borde de obsequiarlotodo entero a los Estados Unidos de Norteamérica. Y él, Hazard, era norteamericanoy favorecedor de esa escandalosa gratuidad.En su primera experiencia culinaria Hazard habla de un desayuno conplátano asado y luego, a mitad de mañana, en Cotuí, en casa de un alcalde«...unos huevos fritos con ajo y cebolla servido con casabe mojado en aguatibia, y otro de arroz».Una vez más menciona el cultivo del trigo entre Moca y Santiago. Observaque en los conucos, el plátano era la mayor siembra, aunque no deja de advertirla existencia en él de naranjas, guisantes, (se supone que guandulesH.T.D.) frijoles, tomates, maíz, calabazas (auyamas) «...y numerosos frutos delpaís». De la iguana, «...un delicado manjar...» y de las hicoteas deja el cronistaconstancia al tiempo que dice de los cerdos cimarrones: «Los montes estánllenos de estos curiosos animales, generalmente grandes y nervados, y de naturalezamuy salvaje...». Y luego habla del plátano con «...cerdo frito».En las cercanías de Guayubín, en casa de gente pobre, Hazard es recibidode la manera siguiente: «...el hecho de sernos ofrecidos unos ponches calienteshechos con huevos, ron, leche y nuez moscada, no solamente nos pacificaba(se refiere al apetito H.T.D.) sino que además nos satisfacía...».Carnitas de cerdo fritas,crujientes y jugosas.Hazard no era en verdad ni un entusiasta de la gastronomía dominicanani un exigente paladar, más bien podría ser definido como un quisquillosoen sus apetitos, definitivamente condicionado por los hábitos alimenticiosmás rutinarios de su país. Amigo incondicional y creyente de las bondadesde la cocina norteamericana, que para él era de indiscutible calidad, en laIsabela, en su periplo por el norte, rechazando la comida criolla, decide cocinarsu propia pitanza, la cual, como dato curioso y por la alusión a un platocriollo que hace en este relato, damos la receta a continuación: «Creoque mis lectores se habrían asombrado del modo en que mis provisiones fueronconvertidas en un cocido dominicano, pues metí juntos en la marmitaarroz, sardinas, salmón en escabeche, tomates enlatados, pan duro, judías,vino clarete, fideos, sal y pimienta y otros condimentos cuyo resultado dejoa su imaginación...».