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intuitivo, entrega esos temas a los<br />
orquestadores mientras liga algo<br />
discepoleano con cultura europea,<br />
melodrama y cierta sensibilidad del<br />
rock que lo conmueve, pero para<br />
la cual se siente un poco grande o<br />
ajeno. En Favio cantor, entonces, se<br />
reúnen una serie de elementos de<br />
la época que no se reunían así: por<br />
un lado, un galán de cine de corte<br />
intelectual-popular, muy ligado estéticamente<br />
al existencialismo francés;<br />
por otro, un flaco del orfanato<br />
mendocino. Un poco callejero y un<br />
poco del Bar Moderno”.<br />
El gran hit, de todas maneras, no<br />
fue el tema de Almendra. Fue una<br />
balada en la menor sobre la que<br />
Favio edificó el crescendo dramático<br />
que es la piedra de Rosetta de su<br />
obra como cantante. “‘Ella ya me<br />
olvidó’ es un resumen perfecto de<br />
canción popular argentina –dice<br />
Manuel Moretti–. Es extraordinaria.<br />
La genealogía de Favio no viene de<br />
Italia, pero toda su teatralidad me<br />
remite a esa italianidad argentina: la<br />
épica romántica, profunda, emocional,<br />
del amor y de la belleza. Llorada,<br />
dificultosa. En Favio se enuncia<br />
como un lamento nasal y vocal, que<br />
quizás viene de sus antepasados sirios.<br />
En realidad, lo que diferencia a<br />
Favio de los demás cantantes melódicos<br />
es el corazón”.<br />
El subidón devino en un segundo<br />
long play titulado con su propio<br />
nombre, una película de Eduardo<br />
Calcagno basada en aquella primera<br />
tanda de canciones (con las<br />
actuaciones de Carola, Emilio Disi,<br />
una jovencísima Susana Giménez y<br />
su actriz fetiche: Nora Cullen) y un<br />
halo de histeria alrededor de la flamante<br />
estrella pop. El único rival de<br />
fuste, en ese aspecto, era Sandro. En<br />
el invierno de 1969, mientras Sandro<br />
surfeaba la ola de “Rosa, rosa” y<br />
Favio copaba las tapas de las revistas<br />
del corazón, conformaron el yin<br />
y el yang del ídolo nacional y popular.<br />
Ambos construían una suerte<br />
de personaje, pero los resultados de<br />
sus artificios eran diferentes. Sandro<br />
venía del rock & roll y, aunque su<br />
apuesta estaba más apoyada en el<br />
cuerpo, resultaba más distante. Si<br />
bien subyacía de modo imperceptible<br />
en el candor de sus baladas,<br />
Favio estaba atravesado por el ethos<br />
político de la época. Claro que no<br />
era Serrat ni quería serlo: sus canciones<br />
no tenían contraseña, sino<br />
que estaban perladas por un anhelo<br />
total. Desde allí hacia el peronismo,<br />
un solo paso.<br />
Ni lerdo ni perezoso, el sello<br />
editó una antología y discos como<br />
Hola, che y El talento de Leonardo<br />
Favio, que, si bien escondían canciones<br />
notables como “Juan El Botellero”,<br />
no tenían ningún hit evidente<br />
como punta de lanza. Para mayo de<br />
1971, la revista Siete Días pintaba<br />
con algunos trazos el escenario de<br />
su casa (el mate, la compañía de<br />
Carola, los almuerzos frugales, las<br />
sesiones de acupuntura) y, entre los<br />
bocetos de Juan Moreira y algunos<br />
cachets millonarios,<br />
se preguntaba<br />
por la evaporación<br />
de la efervescencia.<br />
“Yo no necesito ser<br />
un boom –respondía<br />
Favio–. Ahora<br />
soy una institución.<br />
Si no fuera así, los<br />
empresarios, que<br />
conocen muy bien<br />
el negocio, no me<br />
cotizarían tan alto”.<br />
Toda esa calma,<br />
de algún modo, precedía<br />
un huracán.<br />
En efecto: el reingreso<br />
en la escena<br />
fue apoteósico. En<br />
plena primavera<br />
camporista, estrenó<br />
la épica popular<br />
de Juan Moreira y<br />
editó un simple de<br />
extracción folklórica<br />
titulado “Estoy<br />
orgulloso de mi<br />
General”. La conducción<br />
del célebre acto de Ezeiza<br />
lo puso, literalmente, en el ojo de<br />
la tormenta. “Tengo recuerdos de<br />
la filmación de Nazareno y Soñar,<br />
soñar –dice Nico Favio–. Me acuerdo<br />
de acompañarlo a dos shows de<br />
esa época, que entraran los militares<br />
a mi casa… Después de eso, ya<br />
nos fuimos para Las Catitas, luego<br />
a México, después volvimos y de<br />
nuevo partimos. Para cuando tenía<br />
cinco años, mi papá ya estaba recontraprohibido”.<br />
En ese punto, el hilo de su carrera<br />
se pierde en la distancia: entre<br />
la censura, el zeitgeist del rock<br />
argentino y el exilio cafetero en Pereira<br />
(Colombia). Durante su larga<br />
temporada en el extranjero, Favio<br />
vivió como cantor, grabó más<br />
discos y, a medida que su nombre<br />
crecía en el imaginario latinoamericano,<br />
se disolvía en el mercado<br />
juvenil de nuestro país. El hombre<br />
seguía adelante, pero –como diría<br />
Yupanqui– el alma tiraba para<br />
atrás. Se enamoró del vallenato, de<br />
grupos como el Binomio de Oro<br />
o las cumbias de Senén Palacios,<br />
pero apenas consiguió un ejemplar<br />
de Pensar en nada no pasó una<br />
mañana sin escuchar a León Gieco.<br />
A veces parecía más lejos y a veces<br />
más cerca, pero el regreso ya era<br />
una línea en el horizonte.<br />
“Sus canciones resuenan de<br />
forma rabiosa en una generación,<br />
pero el Favio cantor no existió para<br />
las generaciones argentinas posteriores<br />
–dice Dacal–. Quizás por<br />
eso, en un momento, me tomé la<br />
labor de embanderarme: porque<br />
es una figura que quedó totalmente<br />
demodé, porque era el cantor<br />
de las amas de casa. No olvidemos<br />
ese término que usan en Colombia<br />
para hablar de lo que escuchaban<br />
las señoras que limpiaban en<br />
las casas: ‘música para planchar’ o<br />
‘música plancha’. Durante su exilio,<br />
entonces, es olvidado en esta zona<br />
del mundo. Tal vez porque, pasada<br />
la primera instancia, aflora el peronismo<br />
como un recuerdo doloroso<br />
en la figura de Favio: la resonancia<br />
popular de esas figuras pasionales<br />
y juveniles que son los protagonistas<br />
de sus canciones”.<br />
Ahora la ves, ahora no. El corazón<br />
de un pueblo es como la puerta<br />
secreta de H.G. Wells: ahí, en ese<br />
mismo recodo de la cuadra donde<br />
ayer estaba el pasaje, ahora hay una<br />
pared ciega. Por un tiempo, sin embargo,<br />
Leonardo Favio supo tener<br />
la llave en la cintura. Durante su<br />
última performance en el Festival<br />
de Cosquín, bastó que Luciana Jury<br />
dijera un pronombre para que el<br />
público cayera rendido a sus pies:<br />
“Ella, ella ya me olvidó”. Después,<br />
cuando arribó a una zona misteriosa<br />
de la canción, lanzó una serie de<br />
dardos letales. “¡Acá está Juan Moreira,<br />
mierda! –dijo, levantando la<br />
mano como un puñal–. Nazareno,<br />
Nazareno. Desecha el material: la<br />
plata, el oro, por amor. Es un Cristo.<br />
¿Monito? ¡Monito las pelotas! ¡Señor<br />
Gatica!”. Quién iba a sospechar<br />
que la Plaza Próspero Molina entregaría<br />
una ovación de pie frente a ese<br />
mash-up inédito de cine y canciones.<br />
“Ah, tío –soltó la Jury y tiró un<br />
beso hacia el cielo–. En tu nombre,<br />
en todo tu ser”. Desde la pantalla<br />
gigante, la mirada de Favio iluminaba<br />
la plaza como un faro. ¿Acaso<br />
alguien podía olvidarlo?<br />
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