José Miguel de Azaola Urigüen - Euskomedia Fundazioa
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Al parecer, el chico volvió a casa contando la conferencia a la que<br />
había asistido y recitando aquellos retruécanos. Con ese estímulo inicial,<br />
a partir <strong>de</strong> entonces su tío Paco –quien, como se recordará, era ya su<br />
tutor en asuntos teatrales– le fue introduciendo en el conocimiento <strong>de</strong><br />
los textos y <strong>de</strong>l pensamiento <strong>de</strong> <strong>Miguel</strong> <strong>de</strong> Unamuno.<br />
Años más tar<strong>de</strong>, en un anochecer <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1935, recién llegado<br />
a Salamanca para examinarse <strong>de</strong> cuarto curso <strong>de</strong> Derecho, <strong>Azaola</strong> topó<br />
con Unamuno paseando por la Plaza Mayor:<br />
Siempre he visto en este mi recuerdo un símbolo <strong>de</strong> lo que el<br />
rector <strong>de</strong> Salamanca era y es para sus semejantes: un conocido<br />
remoto; un solitario; un hombre que, ensimismado en sus<br />
pensamientos y en sus sentimientos –sobre todo en sus<br />
sentimientos–, ajeno al murmullo y al vaivén <strong>de</strong> la<br />
muchedumbre que lo ro<strong>de</strong>a, camina al compás <strong>de</strong> ella,<br />
mezclado con ella, voluntaria –y apasionadamente– ligado a su<br />
suerte.<br />
Al cabo <strong>de</strong> unos meses, el joven universitario visitó el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l<br />
Rector en la Universidad. Aquel encuentro (que <strong>de</strong>scribió en el artículo<br />
Mis dos únicos encuentros con Unamuno) no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que<br />
satisfizo sus expectactivas. Más bien lo contrario, porque Unamuno<br />
recibió al muchacho sin más interés que el <strong>de</strong> ponerse al día sobre<br />
gentes y lugares <strong>de</strong> Bilbao, y una vez que obtuvo la información que<br />
<strong>de</strong>seaba lo <strong>de</strong>spidió con la justa cortesía.<br />
No <strong>de</strong>scartaremos que ese fugaz y ciertamente <strong>de</strong>cepcionante<br />
contacto personal entre un Unamuno <strong>de</strong> 70 años, ya en su última<br />
vuelta <strong>de</strong>l camino, y el joven <strong>de</strong> 18 que tanto le admiraba, influyera<br />
algo en el inclín más <strong>de</strong> crítico que <strong>de</strong> a<strong>de</strong>pto, jamás panegirista, <strong>de</strong><br />
la producción unamuniana <strong>de</strong> <strong>Azaola</strong>. «Hacer <strong>de</strong> Unamuno un santón,<br />
una especie <strong>de</strong> ídolo, <strong>de</strong> tabú, sería caer en la ridiculez» afirmará tras<br />
<strong>de</strong>jar constancia <strong>de</strong> que no poco «<strong>de</strong> sus sentimientos y <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as<br />
me parece discutible y criticable». Más aún: en un ramalazo<br />
<strong>de</strong>smitificador dice que, en momentos <strong>de</strong> vena irónica, se le viene a<br />
la cabeza la frase «Lo mejor <strong>de</strong> Unamuno es Salamanca», o se siente<br />
tentado a realizar un estudio biográfico-literario sobre «sensualidad y<br />
frivolidad en Unamuno (nada menos conforme a su i<strong>de</strong>ario pese a<br />
que se encuentran tanto en su obra como en su vida, con más<br />
abundancia <strong>de</strong> lo que a primera vista pudiera pensarse)». Y en otro