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LA REPÚBLICA DE LOS SUEÑOS

La república de los sueños - Bruno Schulz

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andamiajes imaginarios y demoliéndolos con crujidos de vigas<br />

y cabrios. En ocasiones se declaraba un incendio en un<br />

suburbio alejado. Los deshollinadores recorrían la ciudad a la<br />

altura de las veletas, bajo un cielo cárdeno y desgarrado.<br />

Aferrados a los pararrayos y las veletas, soñaban durante su<br />

periplo que el viento les abría los tragaluces sobre las alcobas<br />

de las muchachas, para volver a abatirlos al punto con estrépito,<br />

cerrando el gran libro de la ciudad: asombrosa lectura<br />

para muchos días y noches. Más tarde, los vientos agotados<br />

dejaron de soplar. En el escaparate de la tienda, los dependientes<br />

extendieron tejidos de primavera y los colores pronto<br />

suavizaron la atmósfera, que adquirió un tinte lavanda y se<br />

irisó con el palor de la reseda. La nieve empequeñeció, se<br />

plegó como tierno vilano, se infiltró –sin fundirse– en el aire,<br />

aspirada por soplos de azul de cobalto, por un cielo vasto y<br />

cóncavo, sin sol ni nubes. Aquí y allá, las adelfas florecían en<br />

las casas, se abrían las ventanas, y el simple piar de los gorriones<br />

llenaba las estancias sumidas en el embotado sueño de un<br />

día azuloso. Sobre las plazas barridas, los pardillos, herrerillos<br />

y pinzones se juntaban –en un abrir y cerrar de ojos– en el<br />

curso de violentos encuentros, entre penetrantes gorjeos, después<br />

se dispersaban por todas partes, expulsados por una<br />

brisa, borrados, aniquilados en el azur vacío. Entonces quedaban<br />

bajo los párpados, durante algunos instantes, puntos de<br />

t odos los colores –puñado de confeti arrojado al azar en el<br />

espacio transparente–, que se perdían después en el fondo<br />

azur del ojo.<br />

Había comenzado una primavera anticipada. Los escribanos<br />

de notario lucían hirsutos bigotes en espiral, altos cuellos postizos,<br />

y representaban el último grito de la elegancia. En los<br />

días que la ciudad era asolada por el vendaval –y cuando el<br />

viento la atravesaba ululando de parte a parte– ellos, como<br />

apoyando sus espaldas contra el viento que levantaba los faldones<br />

de sus gabanes, saludaban desde lejos con sus relucientes<br />

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