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andamiajes imaginarios y demoliéndolos con crujidos de vigas<br />
y cabrios. En ocasiones se declaraba un incendio en un<br />
suburbio alejado. Los deshollinadores recorrían la ciudad a la<br />
altura de las veletas, bajo un cielo cárdeno y desgarrado.<br />
Aferrados a los pararrayos y las veletas, soñaban durante su<br />
periplo que el viento les abría los tragaluces sobre las alcobas<br />
de las muchachas, para volver a abatirlos al punto con estrépito,<br />
cerrando el gran libro de la ciudad: asombrosa lectura<br />
para muchos días y noches. Más tarde, los vientos agotados<br />
dejaron de soplar. En el escaparate de la tienda, los dependientes<br />
extendieron tejidos de primavera y los colores pronto<br />
suavizaron la atmósfera, que adquirió un tinte lavanda y se<br />
irisó con el palor de la reseda. La nieve empequeñeció, se<br />
plegó como tierno vilano, se infiltró –sin fundirse– en el aire,<br />
aspirada por soplos de azul de cobalto, por un cielo vasto y<br />
cóncavo, sin sol ni nubes. Aquí y allá, las adelfas florecían en<br />
las casas, se abrían las ventanas, y el simple piar de los gorriones<br />
llenaba las estancias sumidas en el embotado sueño de un<br />
día azuloso. Sobre las plazas barridas, los pardillos, herrerillos<br />
y pinzones se juntaban –en un abrir y cerrar de ojos– en el<br />
curso de violentos encuentros, entre penetrantes gorjeos, después<br />
se dispersaban por todas partes, expulsados por una<br />
brisa, borrados, aniquilados en el azur vacío. Entonces quedaban<br />
bajo los párpados, durante algunos instantes, puntos de<br />
t odos los colores –puñado de confeti arrojado al azar en el<br />
espacio transparente–, que se perdían después en el fondo<br />
azur del ojo.<br />
Había comenzado una primavera anticipada. Los escribanos<br />
de notario lucían hirsutos bigotes en espiral, altos cuellos postizos,<br />
y representaban el último grito de la elegancia. En los<br />
días que la ciudad era asolada por el vendaval –y cuando el<br />
viento la atravesaba ululando de parte a parte– ellos, como<br />
apoyando sus espaldas contra el viento que levantaba los faldones<br />
de sus gabanes, saludaban desde lejos con sus relucientes<br />
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