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La Primavera<br />
(fragmento excluido del relato que lleva el mismo título en<br />
la obra El Sanatorio de la Clepsidra)<br />
acia el final del invierno se sucedían una serie de días<br />
monótonos y ordinarios, que nada venía a romper,<br />
días sin sabor, como esas grandes hogazas de pan que se cocían<br />
el jueves para toda la semana y que permanecían dispuestas<br />
en un orden alineado sobre un entrepaño, durante un frío<br />
y blanco mediodía sin sol.<br />
Esos días se alargaban y salían de sus doce horas como púberos<br />
que han crecido demasiado dentro de sus ropas – y ateridos–, a<br />
consecuencia de los interminables mediodías anteprimaverales,<br />
de los luminosos crepúsculos que no acababan nunca. Y,<br />
súbitamente, del zaquizamí de las semanas emergían las fiestas<br />
de Pascua y pronto el tiempo comenzaba a formarse en el vacío<br />
de los días, a adquirir color y sentido, y aparecía sobre la escena<br />
todo ese gran teatro de Pascua, ese misterio de múltiples<br />
palimpsestos de la antigua primavera egipcia: ese admirable e<br />
insondable ceremonial de blancura ante largas mesas, a la luz<br />
de las palmatorias de plata de vacilantes pabilos, bajo el soplo<br />
de una noche de Pascua demasiado grande y demasiado vacía.<br />
Esas noches de Pascua se levantaban como sombríos b a s t i d o r e s<br />
tras la puerta abierta de la casa y se dilataban por la infinidad<br />
de inextricables problemas, mientras que sobre la brillante<br />
ostentación de la mesa se desplegaban, según el orden de la<br />
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