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LA REPÚBLICA DE LOS SUEÑOS

La república de los sueños - Bruno Schulz

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piraba un aire tibio, el hollín, la calma y el refugio. Mi padre<br />

se instaló confortablemente y cerró los ojos. El oscuro periscopio<br />

de la casa emergiendo del tejado sondeaba la noche y<br />

captaba un débil rayo astral que, refractado como por un prisma,<br />

hacía germinar la luz en el hogar, embrión de destello en<br />

la retorta oscura de la chimenea. Mi padre giró –con mucho<br />

cuidado– el botón del micrómetro y fue entonces cuando en<br />

su campo de visión se deslizó lentamente el fatídico cuerpo,<br />

tan claro como la luna, casi al alcance de la mano, en relieve:<br />

escultura cretácea brillando en el silencio negro del vacío<br />

interplanetario. Era un poco escrofuloso, estigmatizado por la<br />

viruela, hermano de la luna, sosias extraviado que volvía al<br />

globo natal después de un viaje de mil años. Mi padre hacía<br />

pasar muy cerca de su ojo –desmesuradamente abierto– aquella<br />

gran rueda de queso salpicada de agujeros, de pálido oropimente,<br />

violentamente iluminada, cubierta por una lepra de<br />

blanquecinas erupciones. Con la mano sobre el botón del<br />

micrómetro, mi padre lo escudriñaba con una mirada fría,<br />

observaba en su superficie el complicado dibujo de la enfermedad<br />

que lo roía interiormente, los sinuosos canales excavados<br />

por la carcoma. Mi padre se estremeció al darse cuenta<br />

de su error: no, no era una rueda de queso, era con toda evidencia<br />

un cerebro humano, un preparado anatómico del cerebro,<br />

que dejaba ver su estructura en toda su complejidad. Ve í a<br />

claramente el contorno de los hemisferios, las circunvoluciones<br />

de la materia gris. Concentrando un poco más su mirada, pudo<br />

leer incluso las letras apenas visibles de las inscripciones que lo<br />

recorrían en todos los sentidos. El cerebro parecía cloroformizado,<br />

profundamente dormido, como sonriendo beatíficamente<br />

en su sueño. Buscando el origen de aquella sonrisa, mi padre<br />

percibió a través del complejo dibujo de la superficie la esencia<br />

del fenómeno, y sonrió a su vez. ¡Qué no puede desvelarnos<br />

nuestra propia chimenea familiar, negra y aparentemente ignara!<br />

Bajo las circunvoluciones de la materia gris, bajo la fina gra-<br />

—33—

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