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LA REPÚBLICA DE LOS SUEÑOS

La república de los sueños - Bruno Schulz

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con las cabezas hundidas en los sacos de forraje. Todas las<br />

puertas estaban abiertas de par en par, los pabilos de las velas<br />

encendidas sobre la mesa de nuestra pieza oscilaban en la<br />

corriente de aire. Esa noche que caía tan rápido, esas personas<br />

que habían perdido sus rostros en la oscuridad y arrastraban<br />

precipitadamente los baúles, el desorden en la estancia abierta<br />

a todas las ráfagas de aire y violentada, todo eso daba la<br />

impresión de un pánico precipitado, triste y fuera de lugar, de<br />

una catástrofe trágica y pavorosa. Finalmente, ocupamos<br />

nuestros asientos en las hondas calesas y partimos. Enseguida<br />

nos envolvió el aire de los campos, oscuro, profundo y recio.<br />

Los cocheros arrancaban en aquel aire embriagador flexibles<br />

chasquidos por medio de sus fustas y procuraban igualar el<br />

trote de los caballos. Sus poderosos ancas –bien erguidas– se<br />

balanceaban en la oscuridad entre los enérgicos trallazos de<br />

las enhiestas colas. Así avanzaban en el paisaje solitario y<br />

nocturno, sin estrellas ni luces, uno detrás de otro, esos dos<br />

armazones compuestos de caballos, de crujientes carcasas y<br />

resoplantes fuelles de cuero. En ocasiones parecían desintegrarse,<br />

dislocarse como crustáceos que se rompen durante la<br />

marcha. Entonces los cocheros apretaban las riendas, y, con<br />

un movimiento, ajustaban los desordenados trotes para acompasarlos<br />

más rígida y regularmente. Las linternas encendidas<br />

dejaban caer largas sombras en la profundidad de la noche,<br />

que se estiraban, se alejaban y a grandes saltos penetraban en<br />

los agrestes y desérticos espacios. Huían –muy lejos– cojeando<br />

sobre sus largas piernas, hasta la linde del bosque, donde se<br />

burlaban de los cocheros con gestos obscenos. Los cocheros<br />

chasqueaban las fustas en su dirección pero no abandonaban<br />

su calma. La ciudad ya dormía cuando penetramos entre las<br />

hileras de casas. Aquí y allá, las farolas aún iluminaban las<br />

calles desiertas, como si estuviesen destinadas a alumbrar tal<br />

casa de planta baja, tal balcón, o para grabar en la memoria<br />

tal número sobre un portal cerrado. Sorprendidas de pronto a<br />

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