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tu te serviste del halago, me realzaste con la esperanza de que<br />
una vez conseguido tu objetivo, yo acabaría por dejar de humillarte.<br />
Llegaste a creer que yo, embriagado por tus adulaciones,<br />
me vestiría también los ropajes pontificiales y entraría a discutir<br />
contigo sobre “el sublime ascetismo” y el “estilo inefable ”.<br />
¡Pues, no, no; vamos, mujer del doctor, vamos, agárralo, atrápalo,<br />
muérdele en las pantorrillas, en las pantorrillas! Mientras<br />
no precises tu punto de vista sobre estas urgentes cuestiones, no<br />
hay lugar para tu sublime ascetismo.<br />
Mi querido Bruno, no ignoro que –actualmente–, hacer referencia<br />
a la pantorrilla lleva a pensar en las teorías de Freud, y<br />
nada más. Evidentemente, para mí la pantorrilla no se asocia<br />
con Freud y quien así lo pensase estaría muy equivocado. ¿No<br />
te has dado cuenta de que tu carta deja traslucir un tono<br />
“poco serio”? Y esa es la mejor prueba de que en tu fuero<br />
interno sientes que esa dialéctica te supera. Para decir toda la<br />
verdad, Bruno, esa es la voz de tu turbia conciencia. También<br />
es cierto que mi carta no se salva de esa misma falacia . ¡Qué<br />
difícil debe ser estar a la altura de las circunstancias! En cualquiera<br />
de ellas, nos sentimos como peces fuera del agua. Así,<br />
pues, creo que lo más adecuado sería nadar entre dos aguas.<br />
Pero, una vez llegado a esta conclusión, ya no veo razones<br />
para seguir argumentando sobre esto y darle más carnaza a<br />
Bogusław, por muy interesante que pueda parecer. Beso tu<br />
frente, tuyo<br />
Witold Gombrowicz<br />
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