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LA REPÚBLICA DE LOS SUEÑOS

La república de los sueños - Bruno Schulz

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apatía comenzaron a ganarnos a todos, adeptos y partidarios.<br />

Los síntomas de impaciencia se multiplicaban, llegando incluso<br />

a convertirse en abiertas protestas. Nuestra naturaleza se<br />

rebelaba ante el debilitamiento de las leyes fundamentales, y a<br />

habíamos visto demasiados milagros, deseábamos un regreso a<br />

la buena vieja prosa, segura y robusta, del orden secular. Mi<br />

padre lo comprendió. Comprendió que había ido demasiado<br />

lejos y detuvo el vuelo de su espíritu. El círculo de sus adeptos<br />

elegantes y de sus fieles de bigote enhiesto en espiral se venía<br />

abajo, un poco más cada día. Queriendo retirarse salvando el<br />

h o n o r, mi padre se disponía justamente a pronunciar su última<br />

digresión de clausura, cuando un nuevo acontecimiento desvió<br />

la atención general en una dirección inesperada.<br />

Un día, al volver de la escuela, mi hermano trajo la noticia,<br />

inverosímil y sin embargo verdadera, del próximo fin del<br />

mundo. Se la hicimos repetir, creyendo haber oído mal. Pero<br />

no. Así fue formulada esa increíble, esa inconcebible noticia.<br />

Sí, tal como estaba, inacabado e imperfecto, a un paso del<br />

tiempo y el espacio fortuito, sin haber llegado a ninguna meta,<br />

en medio de una frase, sin punto ni signo de exclamación, sin<br />

juicio ni ira de Dios, en buenos térmimos si puede decirse,<br />

conforme a un acuerdo bilateral y a los principios admitidos<br />

por las dos partes, el mundo iba a saltar en pedazos, sencilla e<br />

irrevocablemente. No, lo que se acercaba no era el final escatológico<br />

y trágico anunciado desde hace mucho tiempo por los<br />

profetas, el último acto de la divina comedia. No, eso iba a ser<br />

más bien un fin de mundo acrobático–ciclístico, un pase de<br />

prestidigitación, un fabuloso ábrete Sésamo y propagandísticoexperimental,<br />

entre los aplausos de todos los espíritus progresistas.<br />

Casi todos estaban convencidos. Hubo que acallar rápido<br />

la voz de los rebeldes aterrorizados. ¿Por qué no querían<br />

comprender que era una suerte inaudita, el fin de mundo más<br />

moderno, el más científico, el único digno de su tiempo, glorioso<br />

y haciendo honor a la más Alta Sabiduría? Nos dejába-<br />

—28—

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