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LA REPÚBLICA DE LOS SUEÑOS

La república de los sueños - Bruno Schulz

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padre sonrió con aire de superioridad. En su mente maduraba<br />

una vasta idea, la cadena de sospechas que alimentaba desde<br />

hacía largo tiempo se cerraba. ¿Por qué mi padre se sonreía<br />

cuando estaba a solas, por qué elevaba al cielo sus ojos lacrimosos<br />

con un gesto de falsa devoción? ¿Quién podría adivinarlo?<br />

Más allá de los asombrosos síntomas de esa fuerza misteriosa,<br />

¿acaso presentía una vulgar intriga, una burda maquinación?<br />

A partir de ese momento mi padre se entregó a los<br />

experimentos de laboratorio.<br />

Su laboratorio era muy sencillo: unos metros de alambre<br />

enrollado en bobinas, algunos tarros conteniendo ácido, un<br />

poco de zinc, plomo y carbón, tal era el utillaje de aquel verdadero<br />

adepto del esoterismo. “La materia– decía, bajando<br />

púdicamente los ojos y resoplando suavemente–, la materia,<br />

mis queridos amigos...” No terminaba su frase, dejándonos<br />

adivinar que estaba sobre la pista de un gran engaño, en el<br />

que todos habíamos caído sin remedio. Con los ojos semicerrados,<br />

mi padre se reía socarronamente en voz baja, se burlaba<br />

de ese fetiche secular. “¡Panta rei!” exclamaba, mientras<br />

que sus manos imitaban la circulación eterna de la materia.<br />

Desde hace mucho tiempo deseaba movilizar las fuerzas ocultas<br />

que circulaban en ella, hacer fluida su rigidez, abrirle paso<br />

a la penetración, a la transfusión universal, la única que<br />

correspondía a su naturaleza. “Principium individuationis, esa<br />

broma”, decía, expresando así su desprecio sin límites por ese<br />

principio primordial de los humanos. Decía eso al pasar,<br />

corriendo a lo largo de un hilo de alambre, rozándolo para<br />

verificar las imperceptibles diferencias de potencial. Hacía<br />

muescas en él, se inclinaba para escuchar, y ya estaba a diez<br />

pasos de allí y volvía a repetir los mismos gestos sobre otra<br />

parte del circuito. Parecía tener diez manos y veinte sentidos.<br />

Su atención se concentraba en cien sitios a la vez. Ningún<br />

punto del espacio estaba a salvo de sus sospechas. Se inclinaba<br />

para picar el alambre, se giraba de improviso, apuntand o<br />

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