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LA REPÚBLICA DE LOS SUEÑOS

La república de los sueños - Bruno Schulz

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Neef era el punto convergente de ciertos impulsos de la materia<br />

que buscaban liberarse a través de la inteligencia del hombre.<br />

La naturaleza quería y provocaba: el hombre era una<br />

aguja oscilante, una lanzadera que iba de aquí para allá siguiendo<br />

el deseo de esa naturaleza. Sólo era un elemento del<br />

martillo de Neef.<br />

Alguien pronunció la palabra “mesmerismo” y mi padre la<br />

cogió al vuelo. El círculo de sus teorías se cerraba, encontraba<br />

su último eslabón. Según esa teoría, el hombre era como<br />

una estación de correspondencia, un nudo efímero de las<br />

corrientes magnéticas que circulan en el seno de la materia<br />

eterna. Todos los descubrimientos de los que se vanagloriaba<br />

eran trampas a las que la naturaleza le había arrastrado, emboscadas<br />

de lo desconocido. Los experimentos de mi padre adquirían<br />

progresivamente un carácter de magia, de prestidigitación,<br />

un matiz de malabarismo paródico. No hablaré de sus<br />

numerosos experimentos con las palomas, que descomponía<br />

en dos, tres, diez, con su varita, para devolverlas un poco después<br />

a su instrumento, no sin esfuerzo, por lo demás.<br />

Levantaba su sombrero, y, entonces, los pájaros salían volando<br />

uno a uno batiendo las alas, y cubrían la mesa de temblores y<br />

zureos. En ocasiones, mi padre se detenía súbitamente, se quedaba<br />

indeciso, con los ojos semicerrados, y al cabo de un<br />

momento se desplazaba raudo por el corredor e introducía su<br />

cabeza en el conducto de aeración de la chimenea. El hollín<br />

apagaba los ruidos, aquel antro era oscuro y suave como el<br />

corazón de la nada, tibias corrientes circulaban arriba y abajo,<br />

y al revés. Mi padre cerraba los ojos y durante algunos minutos<br />

se quedaba inmóvil en medio de aquella tibieza, de aquella<br />

nada. Todos presentíamos que tal incidente no formaba parte<br />

del asunto; así, pues, acabamos cerrando los ojos ante ese<br />

hecho marginal que pertenecía a un orden de cosas diferente.<br />

Mi padre tenía en su repertorio pases verdaderamente deprimentes,<br />

hechos para inspirar una real melancolía. En el<br />

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