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Neef era el punto convergente de ciertos impulsos de la materia<br />
que buscaban liberarse a través de la inteligencia del hombre.<br />
La naturaleza quería y provocaba: el hombre era una<br />
aguja oscilante, una lanzadera que iba de aquí para allá siguiendo<br />
el deseo de esa naturaleza. Sólo era un elemento del<br />
martillo de Neef.<br />
Alguien pronunció la palabra “mesmerismo” y mi padre la<br />
cogió al vuelo. El círculo de sus teorías se cerraba, encontraba<br />
su último eslabón. Según esa teoría, el hombre era como<br />
una estación de correspondencia, un nudo efímero de las<br />
corrientes magnéticas que circulan en el seno de la materia<br />
eterna. Todos los descubrimientos de los que se vanagloriaba<br />
eran trampas a las que la naturaleza le había arrastrado, emboscadas<br />
de lo desconocido. Los experimentos de mi padre adquirían<br />
progresivamente un carácter de magia, de prestidigitación,<br />
un matiz de malabarismo paródico. No hablaré de sus<br />
numerosos experimentos con las palomas, que descomponía<br />
en dos, tres, diez, con su varita, para devolverlas un poco después<br />
a su instrumento, no sin esfuerzo, por lo demás.<br />
Levantaba su sombrero, y, entonces, los pájaros salían volando<br />
uno a uno batiendo las alas, y cubrían la mesa de temblores y<br />
zureos. En ocasiones, mi padre se detenía súbitamente, se quedaba<br />
indeciso, con los ojos semicerrados, y al cabo de un<br />
momento se desplazaba raudo por el corredor e introducía su<br />
cabeza en el conducto de aeración de la chimenea. El hollín<br />
apagaba los ruidos, aquel antro era oscuro y suave como el<br />
corazón de la nada, tibias corrientes circulaban arriba y abajo,<br />
y al revés. Mi padre cerraba los ojos y durante algunos minutos<br />
se quedaba inmóvil en medio de aquella tibieza, de aquella<br />
nada. Todos presentíamos que tal incidente no formaba parte<br />
del asunto; así, pues, acabamos cerrando los ojos ante ese<br />
hecho marginal que pertenecía a un orden de cosas diferente.<br />
Mi padre tenía en su repertorio pases verdaderamente deprimentes,<br />
hechos para inspirar una real melancolía. En el<br />
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