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Proceso-2038

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Javier Sicilia<br />

Las fosas de Graco<br />

A la memoria de Nepomuceno Moreno, quien después de<br />

cuatro años sigue clamando justicia.<br />

Desde el descubrimiento de las<br />

fosas clandestinas de San Fernando, Tamaulipas<br />

(2011), hasta las localizadas en<br />

Guerrero buscando a los 43 desaparecidos<br />

de Ayotzinapa (2014 y 2015), el Estado no<br />

ha dejado de repetir que pertenecen al crimen<br />

organizado. Sin embargo, hace unas<br />

semanas se develaron dos que corresponden<br />

a la Fiscalía del Estado de Morelos y<br />

que contenían 150 cuerpos. El hallazgo se<br />

debe a la familia Navarrete Hernández,<br />

cuyo hijo Oliver Wenceslao –secuestrado<br />

el 24 de mayo de 2013 y hallado muerto el<br />

3 de junio del mismo año en el municipio<br />

de Ayala– se encontraba, identificado por<br />

sus parientes, a resguardo de la fiscalía<br />

(entonces procuraduría), con el objeto de<br />

realizar mayores indagatorias.<br />

En diciembre de 2014, la familia se<br />

enteró de que el cuerpo de Oliver había<br />

desaparecido de las instalaciones de la<br />

ahora fiscalía, y que fue enterrado en una<br />

de esas dos fosas comunes ubicadas en<br />

un predio irregular disfrazado de cementerio,<br />

en Tetelcingo, Cuautla.<br />

Después de muchas presiones, logró<br />

que la fiscalía exhumara el cuerpo y, junto<br />

con él –como consta en los videos que<br />

la propia familia grabó y que pueden verse<br />

en proceso.com.mx– 149 cuerpos más,<br />

muchos de ellos sin identificación alguna.<br />

A pesar de que la fiscalía y el gobierno<br />

de Morelos reconocen que dichas fosas son<br />

propiedad de la fiscalía, su develamiento<br />

plantea múltiples preguntas: ¿Por qué desde<br />

2012 –fecha en que fueron cavadas–, el predio<br />

correspondiente carece de las mínimas<br />

regulaciones jurídicas? ¿Por qué a partir de<br />

entonces, sabiendo que hay 25 mil desaparecidos<br />

en el país –83 en el estado de Morelos<br />

durante la presente administración–,<br />

han inhumado 150 cuerpos sin practicarles<br />

pruebas científicas –como la del ADN– para<br />

cruzarlas con las de quienes buscan a los<br />

suyos, y sin que haya mediado una notificación<br />

al Registro Civil de Cuautla?<br />

¿Por qué de esos 150 cuerpos, según<br />

la contabilidad que hicieron los familiares<br />

de Oliver, la fiscalía dice ahora que<br />

son sólo 105 –103, porque ya entregó el de<br />

Oliver y el de otro que fue identificado?<br />

¿Dónde quedaron los otros 45? ¿Cómo<br />

pudieron desaparecer? El hecho sugiere<br />

negligencia criminal y desaparición de<br />

evidencias. ¿Cuántas fosas de este tipo<br />

hay en Morelos y cuántas en el país? ¿Por<br />

qué la familia ha recibido amenazas: “Ya<br />

no le muevan o se los carga la verga” (Las<br />

fosas clandestinas de la fiscalía de Morelos,<br />

portal de Proceso, 5 de noviembre).<br />

Las preguntas son oportunas en su<br />

gravedad y exigen no sólo una respuesta<br />

convincente por parte de la fiscalía y del<br />

gobierno de Morelos –las que hasta ahora<br />

han dado están llenas de contradicciones<br />

y opacidad–, sino también la creación de<br />

una comisión civil de víctimas y peritos<br />

forenses que acompañen la exhumación<br />

de los cuerpos para sus respectivas<br />

identificaciones y cruces con los ADN de<br />

parientes. Muchas organizaciones de víctimas<br />

lo han demandado ya mediante un<br />

desplegado aparecido el 12 de noviembre<br />

en los medios impresos de Morelos y en<br />

La Jornada nacional. La Universidad Autónoma<br />

del Estado de Morelos (UAEM), respondiendo<br />

a esa demanda, ha puesto a<br />

su disposición su Centro de Investigación<br />

en Dinámica Celular y ha creado la Comisión<br />

Científica de Identificación Humana,<br />

encabezada por el director del Centro, el<br />

doctor Iván Martínez Drunker, para realizar<br />

todas las pruebas científicas que sean<br />

necesarias en la identificación de esos<br />

cuerpos. Lo único que falta es el aval del<br />

gobierno de Graco Ramírez.<br />

Debe hacerlo. Ya no por ese sentido de<br />

lo humano llamado empatía, del que, por<br />

desgracia, ha dado muy pocas muestras,<br />

sino para rescatar algo de la credibilidad<br />

que, junto con la del estado que representa,<br />

perdió hace mucho y que esas fosas ponen<br />

en un mayor entredicho. Debe también llamar<br />

a cuentas a quienes han hecho posible<br />

este horror y, supervisado por la sociedad<br />

civil, generar y cumplir con los protocolos<br />

jurídicos y sanitarios de los que la fiscalía<br />

carece. De no hacerlo, confirmará lo que<br />

yo y muchos no hemos dejado de señalar:<br />

que México se ha convertido en un Estado<br />

criminal al servicio de los capitales legales<br />

de las empresas trasnacionales y de los<br />

ilegales del crimen organizado; un Estado<br />

que traiciona y atropella su propia vida jurídica;<br />

un Estado para el que, por lo mismo,<br />

una enorme cantidad de sus ciudadanos<br />

son prescindibles y pueden ser enterrados<br />

como basura en fosas clandestinas; un Estado<br />

que merecería ser juzgado por crímenes<br />

de lesa humanidad. Nos obligará también<br />

a llamar a las instancias internacionales y a<br />

mantener la resistencia y la denuncia.<br />

Las fosas de Graco pueden ocasionar<br />

la repetición del grito de Ayotzinapa: “Fue<br />

el Estado”, y acelerar el declive de la imagen<br />

del mandatario o, por el contrario,<br />

pueden ser un punto de inflexión en la reconstrucción<br />

de su credibilidad y llevarlo<br />

a ejercer una de las funciones que hasta<br />

el momento no ha asumido: la justica.<br />

Sabemos –no hemos dejado de denunciarlo–<br />

de qué lado están Graco y la<br />

clase política. Pero quizá –son los sueños<br />

de la esperanza– nos topemos con una<br />

grata sorpresa. Es lo que más deseamos<br />

para sentir que hay un poco de justicia y<br />

tomar un respiro en esta inacabable resistencia<br />

a la que la corrupción, la impunidad<br />

y la miseria del Estado nos obligan.<br />

Además opino que hay que respetar<br />

los Acuerdos de San Andrés; detener la<br />

guerra; liberar a José Manuel Mireles, a<br />

sus autodefensas, a Nestora Salgado, y a<br />

todos los presos políticos; hacer justicia<br />

a las víctimas de la violencia; juzgar a<br />

gobernadores y funcionarios criminales;<br />

boicotear las elecciones, y devolverle su<br />

programa a Carmen Aristegui. <br />

46 2038 / 22 DE NOVIEMBRE DE 2015

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