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Proceso-2038
Proceso-2038
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LIBROS<br />
lidad de Estado benefactor que les daría estabilidad sociopolítica<br />
a costa de una modesta disminución en sus ganancias. Y ahí está<br />
esa izquierda que ha acatado los cambios en las reglas del juego<br />
que han gestado su crisis de identidad. Y ahí estamos algunos que<br />
no acertamos a cruzar el estrecho acechado por Escila y Caribdis,<br />
que no queremos acercarnos ni al monstruo de seis cabezas del<br />
neoliberalismo ni a la bestia del paleomarxismo y su remolino regresivo.<br />
Y ahí están los puristas de uno y otro costado, sobrados,<br />
observando con una sonrisa arcaica a quienes poseemos suficiente<br />
insensatez para seguir buscando el sincretismo.<br />
Yo me incluyo entre los que se frustran porque no se ha podido<br />
cuadrar el círculo. A mí sí me acongoja la posibilidad de<br />
que liberalismo y socialismo sean como el agua y el aceite, y que<br />
sólo pueda haber coherencia en la pureza. Por obvias razones: si<br />
eso fuera cierto, entonces sí tendríamos una sola ideología factible,<br />
al menos por ahora; es decir, la sociedad sólo podría escoger<br />
entre dos modelos económicos neoliberales, uno diáfano y otro<br />
matizado. Y mi preocupación no emana únicamente del hecho<br />
de que la existencia de alternativas es deseable, sino también de<br />
que ninguna de las dos viejas opciones “puras” es éticamente<br />
aceptable: no es admisible un totalitarismo a la soviética, pero<br />
tampoco es satisfactorio un capitalismo a la americana. ¿O se<br />
valen los guetos o los millones de muertos en estultas aventuras<br />
bélicas que alimentan a la industria militar o las crisis financieras<br />
que socializan las pérdidas de los especuladores? Reitero<br />
lo que escribí hace muchos años, cuando Fukuyama se presentó<br />
en sociedad en calidad de iluminado: si lo máximo a lo que<br />
la humanidad puede aspirar es este mundo de lacerantes desigualdades<br />
que mantiene en la pobreza extrema a millones de<br />
personas, entonces sí nos merecemos el fin de la historia.<br />
Mi propósito es reflexionar sobre la incidencia de la globalización<br />
unipolar en la pérdida de identidad de la socialdemocracia<br />
y el impacto negativo de la contracción ideológica en<br />
el funcionamiento de la democracia representativa. Mi conclusión<br />
va un poco más allá, porque intento atisbar una solución<br />
de largo aliento a lo que considero un grave problema,<br />
el advenimiento de un pensamiento hegemónico que exalta<br />
el individualismo excluyente como única opción de progreso.<br />
Se trata, en suma, de un ensayo de divulgación<br />
y de provocación que cuestiona<br />
algo que se ha vuelto incuestionable.<br />
Lo dicho: terquedad pura y dura.<br />
<br />
Ahora bien, el proyecto neoconservador<br />
que sería absorbido por el que se ha<br />
dado en llamar neoliberal fue desde luego<br />
más complejo y ambicioso. Incluyó el<br />
libre comercio y con él la intensificación<br />
de la ofensiva contra el bloque soviético,<br />
que enfrentaba los prolegómenos de su<br />
quiebra y de su derrota en la guerra fría.<br />
Para 1989, el año de la caída del muro de<br />
Berlín, era evidente que el socialismo<br />
real se estaba derrumbando. Entonces<br />
se culminó la tarea: sin contrapesos, el<br />
thatcherismo y la reaganomics avasallaron<br />
al mundo. El desequilibrio geopolítico<br />
y geoeconómico y la entronización<br />
de la unipolaridad provocados por la globalización<br />
aceleraron el viraje. Y es que<br />
emergió entonces un modelo económico<br />
primero dominante y luego prácticamente<br />
único que representó un nuevo cedazo para la izquierda<br />
democrática. Sus partidos, que ya habían acatado las reglas del<br />
liberalismo político y económico –pluralismo y propiedad privada–<br />
debieron entonces acatar nuevas condiciones: bajar impuestos,<br />
eliminar aranceles, privatizar y minimizar el Estado de<br />
bienestar. La izquierda fue orillada a correrse a la derecha casi<br />
al grado de no distinguirse de ella en su proyecto de economía<br />
y sociedad y, en consecuencia, perdió identidad. Eso, en vez de<br />
acercar a la democracia a lo que debe ser –entre otras cosas, la<br />
forma de gobierno que otorga a la sociedad la posibilidad de<br />
elegir entre distintas opciones de vida en común– empezó a<br />
apartarla. El triunfo liberal hizo muy difícil proponer cualquier<br />
alternativa económica.<br />
En suma, la socialdemocracia ha tenido tres versiones, que<br />
equivalen a su surgimiento, su apogeo y su declive. La primera<br />
comprende el periodo entre 1875 y 1945 , es decir, va del nacimiento<br />
del SPD al ocaso de la Segunda Guerra Mundial, y se caracteriza<br />
por la gradual emancipación de los dogmas marxistas<br />
pensada por Bernstein e impulsada por un creciente realismo;<br />
la segunda se sitúa entre 1945 y 1975 y consiste en la Treintena<br />
Gloriosa, que marca la exitosa consolidación del Estado de bienestar;<br />
la tercera comienza en 1975 y llega hasta nuestros días,<br />
y se distingue por el paulatino y parcial encogimiento del Estado<br />
benefactor v la adopción de una política económica cada<br />
vez más apegada a la ortodoxia neoliberal. Apenas es necesario<br />
aclarar que ninguna de esas etapas es homogénea –toda clasificación<br />
es reducción– y que particularmente en la última de ellas<br />
existen diversos grados de dilución.<br />
<br />
El nombre del juego es pragmatismo. Se aduce que el Estado<br />
de bienestar no es viable y que la economía debe moverse por<br />
sí sola, con mínima injerencia estatal. Es el regreso a una vieja<br />
discusión que parecía superada justamente a mediados de la<br />
centuria pasada, con esa aparente conciliación de socialismo y<br />
capitalismo que significó la socialdemocracia consensuada. Y sí,<br />
las condiciones económicas cambiaron y parte del engranaje del<br />
Estado benefactor se volvió obsoleto, pero<br />
en el fondo ese no fue el dilema. Lo que en<br />
aras de una presunta visión pragmática<br />
se impuso fue el dogma individualista de<br />
que lo privado –no lo social– debe prevalecer<br />
sobre lo público. Bien pudieron haberse<br />
buscado otros instrumentos para proteger<br />
a los pobres, a los viejos, a los discapacitados,<br />
otras herramientas de financiación.<br />
En esta era de innovaciones en las tecnologías<br />
de la información y en las ingenierías<br />
financieras debería ser relativamente fácil<br />
tejer una nueva red protectora sostenible.<br />
Nació así un sistema económico que<br />
privilegia la especulación y los movimientos<br />
del capital y detesta el control político,<br />
uno que realmente privatiza las ganancias<br />
y socializa las pérdidas (too big to fail) y que<br />
en aras de un mercado laboral libérrimo ha<br />
logrado eliminar gran parte de las reglas<br />
que resguardaban al trabajo. El tema del<br />
empleo merece punto y aparte.<br />
En síntesis, la democracia liberal se<br />
está convirtiendo en una mercadocracia que<br />
aspira a erigir el paraíso del consumidor,<br />
aunque para lograrlo propicie un infierno<br />
2038 / 22 DE NOVIEMBRE DE 2015 63