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Fulanita de tal - Planeta Babel

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Àgata Moragues Jaume<br />

go sueño... quiero dormir... tengo treinta y cinco años... todavía soy joven....<br />

quizás en un restaurante...<br />

En aquel momento el perro ladra y la puerta <strong>de</strong> la casa se abre y poco <strong>de</strong>spués<br />

se cierra <strong>de</strong> golpe. Sebastián, su marido, sube las escaleras, abre la puerta<br />

<strong>de</strong> la habitación, encien<strong>de</strong> la luz y entra. Se quita los zapatos y se echa encima<br />

<strong>de</strong> la cama. Francisca escucha el crujir <strong>de</strong> los muelles <strong>de</strong>l somier hartos<br />

<strong>de</strong> soportar el peso <strong>de</strong> aquel fardo. El olor a coñac le da náuseas. Tiene los<br />

ojos cerrados y se hace la dormida. Cuando él pone las manos encima <strong>de</strong> sus<br />

pechos parece que le vuelve ese dolor <strong>de</strong> piedras que la rompe por <strong>de</strong>ntro.<br />

Sigue haciéndose la dormida y él le sube el camisón. A ella se le corta la respiración<br />

y se imagina que está muerta. Cesan los espasmos y los gemidos cuando<br />

nota el líquido caliente que se <strong>de</strong>sliza entre sus muslos y piensa que ya pasó<br />

lo peor y los ronquidos <strong>de</strong> su marido la <strong>de</strong>jan respirar <strong>de</strong> nuevo. Por primera<br />

vez en mucho tiempo, no lamenta su mala suerte ni insulta en silencio, poseída<br />

por la rabia, al hombre que duerme a su lado. Siente que un estremecimiento<br />

<strong>de</strong> asco hacia sí misma recorre todo su cuerpo. Las ganas <strong>de</strong> vomitar son<br />

ahora tan urgentes que apenas tiene tiempo <strong>de</strong> llegar al cuarto <strong>de</strong> baño y levantar<br />

la tapa <strong>de</strong>l wáter. Le sienta bien el agua tibia <strong>de</strong> la ducha, y, mientras se<br />

enjabona todo el cuerpo una y otra vez, toma una <strong>de</strong>cisión. A oscuras y sin<br />

hacer ruido, regresa al dormitorio. Tanto sigilo le parece ridículo y encien<strong>de</strong> la<br />

luz. Él no se va a <strong>de</strong>spertar. Dormirá la borrachera hasta mediodía como siempre<br />

hace. Mientras se abrocha los botones <strong>de</strong> la blusa, observa la maleta <strong>de</strong><br />

color ver<strong>de</strong> oscuro que hay encima <strong>de</strong>l armario. Es muy parecida a la <strong>de</strong> la<br />

mujer <strong>de</strong> la película. Más pequeña pero <strong>de</strong>l mismo color. La llena <strong>de</strong> ropa. Cuando<br />

ya no cabe nada más, la cierra y sale <strong>de</strong> la habitación. En un cajón <strong>de</strong> la<br />

cocina tiene escondido algún dinero. Cuenta los billetes y piensa que son suficientes<br />

por algún tiempo. Los guarda en su bolso, se pone el abrigo, coge<br />

la maleta y se marcha.<br />

Hace mucho frío esa mañana. Aún no ha amanecido y el pueblo está en silencio.<br />

Francisca camina <strong>de</strong>prisa y, al pasar por la plaza, un intenso olor a pan<br />

caliente la <strong>de</strong>tiene. Sin darse cuenta, aprieta el asa <strong>de</strong> la maleta con tanta<br />

fuerza que los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la mano le duelen. Y empieza a caminar <strong>de</strong> nuevo,<br />

casi corriendo. En cualquier momento sonarán las campanas <strong>de</strong>l reloj <strong>de</strong> la<br />

iglesia. Ya son casi las siete y el autobús está a punto <strong>de</strong> llegar. Francisca<br />

está sola en la parada y se le hace larga la espera. De pronto ve que unas<br />

luces se aproximan por la carretera, las mismas que ha visto tantas veces<br />

en aquel sueño. Levanta un brazo para asegurarse <strong>de</strong> que el conductor perciba<br />

su presencia y se <strong>de</strong>tenga. Cuando se abren las puertas, Francisca, abrazada<br />

a su maleta y con un nudo en la garganta, sube al autobús.<br />

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