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Miguel Esquirol Ríos<br />
había estado con él pero me conocía, y cuando me vio, una sonrisa se dibujó<br />
en su rostro regor<strong>de</strong>te. Al acercarse puso su mano en mi pierna <strong>de</strong>recha.<br />
«Qué gusto encontrarte aquí, <strong>de</strong>licia. Eres lo que necesitaba, nunca me ha gustado<br />
tanta sofisticación», dijo mientras señalaba con la mandíbula a una <strong>de</strong>spampanante<br />
morena que jugaba con dinero ajeno y bebía un martini.<br />
La habitación <strong>de</strong>l casino don<strong>de</strong> fuimos parecía un palacio. Los muebles eran<br />
<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y tapiz, un gran espejo con marco plateado me repetía entrando a<br />
la habitación con el rostro <strong>de</strong> asombro. Las cortinas imitaban nubes <strong>de</strong> algodón<br />
y en la cama las sábanas eran <strong>de</strong> seda. No era una cama <strong>de</strong> agua como<br />
en las películas pero para mí era suficiente. Unos <strong>de</strong>dos gordos me empezaron<br />
a bajar las medias. Me eché <strong>de</strong> espaldas medio borracha y muy contenta.<br />
La ciudad era como la imaginaba.<br />
De pronto me vi alzada en vilo. Me tenía penetrada con un pene medio flácido<br />
y negro y a tiempo que se meneaba me estiró <strong>de</strong> las manos hasta tenerme frente<br />
a él y me dio una bofetada. «Muévete puta, sabes lo que me gusta» lo veía<br />
caliente y tenía la boca sin un diente, entreabierta y babeante. Me volvió a dar<br />
un golpe, esta vez con el revés <strong>de</strong> la mano. Intenté escabullirme pero me tenía<br />
con las piernas abiertas y muy bien agarrada <strong>de</strong> los dos brazos. «¡Quieres que<br />
te vuelva a golpear, puta!». Me daba cuenta <strong>de</strong> que el hombre se excitaba con<br />
sus propias palabras y estaba a punto <strong>de</strong> correrse; pero nunca nadie me había<br />
pegado, ni siquiera mi madre. Como pu<strong>de</strong>, liberé una mano, lo empujé con fuerza,<br />
lo golpeé en el pecho con una rodilla y cerré las piernas. El viejo acabó eyaculando<br />
en las sábanas <strong>de</strong> seda. «¡Mira lo que has hecho! ¿No podías aguantar<br />
un poco más, puta? Ahora quiero que te lo comas.»<br />
No podía aguantar más, lo mandé a la mierda y salí <strong>de</strong> la habitación. Las lágrimas<br />
me corrían por las mejillas sin po<strong>de</strong>r contenerlas y sospechaba que se me<br />
estaba corriendo el rimel. Me encontraba sin ropa interior y el rostro aún me ardía<br />
por los golpes. Nunca me había pasado algo así; cuando me vi <strong>de</strong>scalza y <strong>de</strong>speinada<br />
ante el espejo <strong>de</strong>l ascensor me sentí sucia y usada.<br />
Atravesé el casino velozmente sin <strong>de</strong>tenerme, la amiga <strong>de</strong> doña Amanda me<br />
salió al paso con la mirada furiosa. No sé si ya le habían contado lo ocurrido<br />
o si mi apariencia lo revelaba. No quise hablarle y me escabullí hacia la puerta<br />
<strong>de</strong> la calle. Caminé <strong>de</strong>scalza pocas manzanas antes <strong>de</strong> parar un taxi. Esa<br />
noche necesité pastillas para conciliar el sueño. Primero porque estaba muy<br />
alterada pero también porque era muy temprano para mí, acostumbrada a estar<br />
<strong>de</strong>spierta hasta tar<strong>de</strong>. Esa noche no soñé con nada, todo fue una niebla muda<br />
y ciega. Como si me hubiera perdido en la mullida alfombra <strong>de</strong>l hotel.<br />
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