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Fulanita de tal - Planeta Babel

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sus manos, se <strong>de</strong>jó llevar por la música cuando percibió que el anciano, tras<br />

<strong>de</strong>jar unas monedas sobre el mostrador, volvió a coger la maleta dispuesto<br />

a salir <strong>de</strong> la taberna.<br />

–Es hora <strong>de</strong> marchar –exclamó el anciano y se dio media vuelta. Lucía se puso<br />

en pie y lo siguió hasta la calle.<br />

–Todo está igual a cuando te fuiste –dijo el viejo sin ni siquiera girarse.<br />

Lucía contuvo las ganas <strong>de</strong> aclararle que no se fue, sino que se la llevaron,<br />

que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que murieran sus padres bien hubiera <strong>de</strong>seado quedarse allí,<br />

junto a él, y no tener que vivir con unas monjas <strong>de</strong>sconocidas.<br />

Atravesaron el pueblo y por un camino <strong>de</strong> tierra llegaron a la casa. La vivienda<br />

era blanca y estaba ro<strong>de</strong>ada por un jardín abandonado. Lucía permaneció<br />

absorta ante el estado <strong>de</strong> las matas que lo cubrían todo.<br />

El viejo manipuló la portezuela herrumbrada y atravesó el jardín. El limonero don<strong>de</strong><br />

ella jugaba <strong>de</strong> niña estaba seco. Antes <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r preguntarle por el árbol, el anciano<br />

ya había entrado en la casa. Lucía respiró profundamente y entró tras él.<br />

Se quedó perpleja. Todo en su sitio, pero sin el color <strong>de</strong> antaño. Cada objeto<br />

con un velo <strong>de</strong> polvo. Allí <strong>de</strong>ntro apenas se podía respirar. Los muebles estaban<br />

cubiertos con tela y el empapelado <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s enmohecido. No podía<br />

creer cómo la <strong>de</strong>ja<strong>de</strong>z había llevado al hombre a vivir en esas condiciones.<br />

Lucía miró al anciano con tristeza y éste bajó la vista, quizá avergonzado por el<br />

estado <strong>de</strong> las cosas. Parecía difícil romper el silencio establecido durante años,<br />

un silencio que los había alejado poco a poco, casi sin querer, <strong>de</strong> una forma absurdamente<br />

natural, hasta convertirlos en lo que eran en ese instante: dos perfectos<br />

extraños incapaces <strong>de</strong> provocar el mínimo acercamiento. Lucía atinó a dar un<br />

paso hacia el anciano, hubiera <strong>de</strong>seado tener el valor <strong>de</strong> acariciarlo, <strong>de</strong> recuperar<br />

la cálida sensación <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>dos gruesos sobre su piel, pero se mantuvo<br />

rígida, como clavada en el suelo. El hombre se hizo a un lado y con extrema<br />

naturalidad cogió su pipa, probablemente prefería <strong>de</strong>jar las cosas como estaban.<br />

–Abuelo, usted no <strong>de</strong>bería fumar.<br />

El viejo se encogió <strong>de</strong> hombros lanzando un suspiro.<br />

–Abuelo, ¿quiere beber una copita mientras yo limpio un poco todo esto? –dijo<br />

ella en un afán <strong>de</strong> reconciliación– y luego cocino algo para usted. Ya verá qué<br />

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El regreso

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