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Misivas<br />
María Julia Bottai<br />
terminar <strong>de</strong> leer la carta por tercera vez, Clara continuó <strong>de</strong> pie. Ni siquie-<br />
al ra se movió cuando el microondas avisó <strong>de</strong> que el agua para el té ya<br />
estaba caliente. Había pensado en tomar un té negro pero en el último momento<br />
prefirió una tila. Finalmente se sentó. Aún tenía la carta entre las manos. Todavía<br />
le retumbaba el tono seco y autoritario <strong>de</strong> los informes militares. La volvió<br />
a leer. Sus habilida<strong>de</strong>s como <strong>tal</strong>entosa pastelera eran requeridas por el gobierno<br />
<strong>de</strong> los EUAAA (Estados Unidos <strong>de</strong> América, África y Asia), y como ciudadana<br />
estadouni<strong>de</strong>nse no podría negarse a aceptar la misión que le asignaban.<br />
Se negaba a que ese pensamiento <strong>de</strong>sobediente se le pudiera ocurrir a ella.<br />
Aunque el mundo hubiese cambiado mucho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el inicio <strong>de</strong> la ocupación<br />
yanqui, el pueblo don<strong>de</strong> Clara había vivido siempre seguía igual. En realidad,<br />
el mundo cada vez se parecía más a su pueblo, no en las calles or<strong>de</strong>nadas<br />
y limpias con casas <strong>de</strong> colores suaves y jardines ver<strong>de</strong>s, sino más bien en<br />
la proliferación <strong>de</strong> carteles luminosos, cines multiplex y supermercados <strong>de</strong><br />
pasillos interminables llenos <strong>de</strong> golosinas y promesas, versiones miserables<br />
<strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong> Clara. Éste, un pueblo como tantos otros perdidos en la llanura<br />
<strong>de</strong>l Medio Oeste americano, por los cuales no pasan autopistas dobles,<br />
y <strong>de</strong>l que ahora se tenía que marchar.<br />
El viaje más importante <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Clara había sido una escapada en autobús<br />
a Chicago para encontrar a Daniel, una <strong>de</strong> las pocas veces, si no la única,<br />
que había hecho algo clan<strong>de</strong>stinamente. Tenía entonces 17 años y estaba<br />
enamorada. Ahora contaba con trenta y tres años, ningún amor, y el gobierno<br />
la reclutaba al Oriente Medio a cocinar pasteles <strong>de</strong> manzana, queso y brownies<br />
para soldados nostálgicos <strong>de</strong> su comida casera. No había riesgos ni razón<br />
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