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Miguel Esquirol Ríos<br />
cuerpo dolorido por el poco sueño y el asiento incómodo pero finalmente estaba<br />
en la ciudad. El hospi<strong>tal</strong> no abría hasta las nueve, así que llegué a un pequeño<br />
hotelito cercano y pagué por una noche. La mitad <strong>de</strong>l dinero que había<br />
traído se fue en aquella habitación, pero necesitaba dormir si quería estar <strong>de</strong>spierta<br />
y radiante para mi gran entrada.<br />
Llegué al hospi<strong>tal</strong> a las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y rellené los papeles para llevarme el<br />
cuerpo <strong>de</strong> mi madre a la mañana siguiente. Me preguntaron si quería verla. Les<br />
dije que mejor lo <strong>de</strong>jaran, que ya lo haría cuando pasara a recogerla. No quería<br />
que el cuerpo rechoncho y bajito <strong>de</strong> mi madre, aunque muerta, me arruinara<br />
la fiesta <strong>de</strong> la noche. Había <strong>de</strong>cidido que iba a ser una mala hija hoy y tendría<br />
que aprovecharlo para pasarlo muy bien en la ciudad; ya mañana podría<br />
arrepentirme y acabar con lo que había venido a hacer.<br />
No me fue difícil llegar al casino, doña Amanda me había proporcionado la dirección<br />
y el nombre <strong>de</strong> una antigua compañera suya que trabajaba allí. El lugar<br />
no estaba lejos y me marché al hotel a <strong>de</strong>scansar para la noche, a<strong>de</strong>más tenía<br />
que bañarme y cambiarme.<br />
El casino era más elegante que ningún otro lugar que había conocido. Era brillante<br />
y luminoso, con las cortinas impecables y las mullidas alfombras <strong>de</strong> un<br />
color como el <strong>de</strong>l vino. Los trajes <strong>de</strong> las otras señoritas <strong>de</strong> compañía eran <strong>de</strong><br />
elegantes telas y sofisticados diseños. No podía pensar en ellas como putas,<br />
ni siquiera como fulanas. En las mesas, hermosos hombres y mujeres jugaban<br />
<strong>de</strong>spreocupados. Por unos momentos mi pequeño traje oscuro por encima<br />
<strong>de</strong> la rodilla con amplio escote y cinturón blanco me pareció inapropiado,<br />
así como mi corte <strong>de</strong>masiado poco furioso en comparación a sus cabellos alegres<br />
y salvajes.<br />
La amiga <strong>de</strong> doña Amanda me recibió bien y me dio una mirada por encima<br />
suspirando resignada. A pesar <strong>de</strong> que tenían la misma edad, doña Amanda<br />
parecía muchísimo más vieja, como si se hubieran jugado las eda<strong>de</strong>s y<br />
esta señora, distinguida y elegante, hubiera ganado. Me sonrió con una boca<br />
triste cuando me explicó las reglas. «No molestes, <strong>de</strong>ja que ellos se dirijan<br />
a ti y nunca protestes.»<br />
Pasé casi toda la noche sentada en la barra sonriendo a los clientes y bebiendo<br />
el mejor champán que había probado. Si en el pueblo mis ojos y mis piernas<br />
seducían a cualquiera, por alguna razón aquí pasaban <strong>de</strong>sapercibidos. Entonces<br />
lo vi, era uno <strong>de</strong> los viejos clientes <strong>de</strong> doña Amanda, tenía una pequeña<br />
casa en el pueblo y cada verano pasaba varias noches en el bur<strong>de</strong>l. Nunca<br />
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