Fulanita de tal - Planeta Babel

como buen cristiano, acudía a la iglesia católica de su ciudad acompañado
por su familia, a la que hacía poco tiempo se había incorporado su nieto recién
nacido, hijo del matrimonio de su hija mayor.
A Roberto, o mejor dicho, a Linda, el futuro se le presentaba incierto. Su gran
vocación e interés en esta vida no lo podría volver a practicar. Estaba realmente
deprimida y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas cuando a su lado escuchó
una voz varonil que le preguntaba: «¿No tendrás un cigarrillo?». Se giró y
vio sentado a su lado a un hombre de aspecto agradable, vestido informalmente
con vaqueros y camisa de cuadros.
–¿Perdona? –contestó ella.
–¿Tienes cigarrillos?
–Si –le respondió, y le ofreció el paquete.
Después de que él hubiera cogido uno, ella aprovechó para extraer otro y colocárselo
entre sus siliconados labios. Él le ofreció fuego, y eso fue el principio
de una conversación que duró toda la noche.
Por la mañana, el autocar llegó a Los Ángeles. Al bajar él le pidió el teléfono,
y ella le contestó que aún no estaba instalada. Su nuevo amigo le dio
el suyo y le pidió, o tal vez mejor, le suplicó que lo llamará. Ella le contestó
sonriendo que lo pensaría. Linda lo miró mientras se alejaba y pensó que
no estaba tan mal. Cuando era Roberto, en los buenos tiempos, él no había
estado mucho mejor. Sí, tal vez lo llamaría. Ahora era un buen momento para
cambiar las viejas costumbres.
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Viejas costumbres