Fulanita de tal - Planeta Babel

María del Mar Seijo
garme hacia Kavak en el carro-bus lo antes posible. Ya no me importaba saber
dónde estaba Gabi ni por qué no había aparecido. Yo sólo quería salir de allí
cuanto antes.
De nuevo pagué la clavada de cuatro dólares del pasaje en carro, pero en este
tercer viaje iba mucho más animada que en los otros viajes. En cuanto llegamos
a Kavak, salté del carro eufórica y planté mi mochila en la explanada de
hierba donde me dijeron que aterrizaban las avionetas. Faltaban un par de horas,
pero no tenía ganas ni de visitar los alrededores por muy bonita que fuera la
gran sabana. Decidí quedarme allí hasta que llegase la avioneta.
Por fin apareció. Era más grande que la avioneta en la que yo llegué y aterrizó
con una asombrosa facilidad. Nunca hubiera imaginado que el aterrizaje de
una avioneta en plena hierba fuese tan sencillo.
Bajó de la avioneta un grupo de ocho turistas holandeses con su correspondiente
guía, y yo me abalancé sobre el piloto para explicarle rápidamente que
me había quedado allí colgada, e implorarle que me llevase, sin preguntar siquiera
hacia dónde se dirigía después. El piloto me dijo que tenía sitio libre y que
en media hora partiría hacia Ciudad Bolívar. No tenía ni idea de dónde quedaba
Ciudad Bolívar, pero me daba igual, yo iría en esa avioneta.
Por fin despegamos, y sentí una gran paz interior. Ya ni siquiera me daba miedo
volar en avioneta. Empecé a relajarme y a quedarme dormida.
De pronto mis ojos se abrieron como platos: ¿cómo haría ahora para reunirme
con Gabi?
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