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tidio se imponían e iban retornando sigilosamente a su estresante existencia.<br />
No le resultaba tan fácil, como <strong>de</strong>cía su terapeuta, actuar, sin que aparecieran<br />
sus <strong>de</strong>lirios ni su agitación por todo lo que no podía prever.<br />
En la sala <strong>de</strong> espera <strong>de</strong> la notaría conoció a tres individuos que aguardaban<br />
sentados como ella. Se presentaron como hermanos suyos, cosa que el notario<br />
acabó por confirmar. Y enseguida supo que su madre no había sido una<br />
artista <strong>de</strong> varietés sino una ludópata que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> años <strong>de</strong> estrictos tratamientos<br />
para su rehabilitación, había superado su enorme problema. Más tar<strong>de</strong> se había<br />
casado con el dueño <strong>de</strong> los tres bingos más importantes <strong>de</strong> Madrid y ella, por<br />
extraño que pudiera parecer, los había regentado al enviudar.<br />
Para Matil<strong>de</strong> fue un golpe muy duro conocer la verdad <strong>de</strong> esa manera, ella, que<br />
llevaba una vida tan apacible y or<strong>de</strong>nada; sus fobias, comparadas con lo que acababa<br />
<strong>de</strong> averiguar en Madrid, carecían <strong>de</strong> importancia o quizá eran una consecuencia<br />
<strong>de</strong> todo lo que le pasaba. No podía saberlo. Después <strong>de</strong> treinta y cinco<br />
años, <strong>de</strong>scubrir que su madre vivía en una ciudad relativamente cercana, la llenó,<br />
instintivamente, <strong>de</strong> una angustia muy remota que pudo reconocer sin parpa<strong>de</strong>ar.<br />
Para Matil<strong>de</strong> fue una noticia bastante cáustica que la llevó a compren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> inmediato<br />
«por qué tardaba tanto mamá». Y lloró. El notario, que creyó enten<strong>de</strong>r muy<br />
bien las lágrimas <strong>de</strong> Matil<strong>de</strong>, <strong>de</strong>tuvo su charla, le ofreció un pañuelo y le dio su<br />
más sincero pésame.<br />
Tras esa pausa, el notario, un hombre <strong>de</strong> escaso cabello, nariz afilada y montura<br />
<strong>de</strong> baquelita negra, se ajustó el nudo <strong>de</strong> la corbata y reemprendió su discurso<br />
con timbre <strong>de</strong> voz nasal y un tanto afectada; acabó <strong>de</strong> leer las condiciones<br />
en las que se <strong>de</strong>sarrollaría la distribución <strong>de</strong> los bienes y el cómo. Todos<br />
estuvieron <strong>de</strong> acuerdo. Los trámites inmediatos tardarían días en solucionarse,<br />
lo <strong>de</strong>más era mucho más lento y su resolución ya no <strong>de</strong>pendía exclusivamente<br />
<strong>de</strong> ella ni <strong>de</strong> los allí presentes. De un solo golpe, su familia y sus ganancias<br />
habían aumentado, pero eso sí, siempre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la distancia.<br />
Al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> la notaría llegó el ruido <strong>de</strong> la calle y Matil<strong>de</strong> creyó oir la percusión<br />
<strong>de</strong> unos tambores que <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> anunciar el principio <strong>de</strong> una fiesta.<br />
Miró por la ventana, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> se veían gigantes y cabezudos que prácticamente<br />
ocupaban el ancho <strong>de</strong> la avenida con gente que bailaba <strong>de</strong>trás. Le<br />
hubiera gustado seguirles, pero a este pensamiento le sucedió una punzada<br />
en el estómago y no pudo reprimir llevar su mano a ese lugar.<br />
Esa semana, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong>l hotel, escribió a sus familiares que andaban<br />
esparcidos por el mundo para darles la noticia <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su madre<br />
y les contó con pelos y señales «la verda<strong>de</strong>ra historia <strong>de</strong> mamá», aunque tam-<br />
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Conferencia con Madrid