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Julieta Romeo<br />
en voz bajita: «“Pronto vamos a hablar con mamá”» y yo la miré y también miré<br />
hacia el otro lado <strong>de</strong> los cris<strong>tal</strong>es don<strong>de</strong> no se podía ver nada porque estaba<br />
oscuro y mamá no aparecía. Mantuvo una larga conversación con aquel aparato,<br />
luego volvió a sentarme sobre aquella tablilla que me obligaba a tener la<br />
cabeza <strong>de</strong> lado y los pies colgando y me acercó a la oreja ese cuerno dorado.<br />
Mi cara estaba roja, hacía mucho calor en ese lugar y empezaron a sudarme<br />
las manos y a picarme otra vez la cabeza. Escuché muy atenta, había una voz<br />
que hablaba, cogí el cuerno y miré <strong>de</strong>ntro, pero allí no había nadie.<br />
–¡Vamos! –insistía mi abuela–. ¡Dile algo a mamá!<br />
Y a pesar <strong>de</strong> que alguien <strong>de</strong>cía: «Hola, cariño, soy mamá», no podía compren<strong>de</strong>r<br />
aquellas voces que salían <strong>de</strong> allí.<br />
–¿Dón<strong>de</strong> está? –pregunté.<br />
–Está aquí –dijo mi abuela señalando el cuerno dorado.<br />
Una gran tristeza me invadió. Lloré. Creo que mi abuela nunca entendió ese<br />
llanto. Des<strong>de</strong> entonces no volví a ver a mi madre, aunque una o dos veces al<br />
año mandaba paquetes con ropa exótica y objetos absolutamente extraños<br />
que llenaban las estanterías, los armarios y los baúles <strong>de</strong> la casa. Decían que<br />
era artista <strong>de</strong> varietés, que por eso viajaba tanto y que algún día vendría a vernos<br />
y nos llevaría con ella. Por eso creo que hablar por teléfono me produce<br />
una sensación extraña que me acarrea muchos problemas porque... me ha pasado<br />
siempre... y, ¿podría ser <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces que?... ¿Usted qué opina...?»<br />
Y siguió hablando sin prestar atención a lo que el terapeuta intentaba <strong>de</strong>cir y<br />
a él no le quedó más remedio que acomodar su postura en el asiento, así que,<br />
se irguió, juntó sus manos, pasó su pierna <strong>de</strong>recha sobre la izquierda y continuó<br />
escuchando con atención lo que Matil<strong>de</strong> explicaba.<br />
–Podría ser ¿no? Bueno, no sé –dijo con cierto <strong>de</strong>sprecio y continuó– . Me<br />
inva<strong>de</strong> ese sofoco que <strong>de</strong>cía antes, aquí –dijo señalándose la parte superior<br />
<strong>de</strong>l pecho–, me sudan las manos y siento algo parecido a una presión sobre<br />
el cuello que me hace la<strong>de</strong>ar la cabeza, y no soy capaz <strong>de</strong> articular más allá<br />
<strong>de</strong> un sí o un no, y, en vez <strong>de</strong> ir superando con el tiempo este problema, aunque<br />
suene exagerado, sólo hago que acrecentarlo, pero es lo que me pasa y<br />
lo que me pasa sigue siendo lo que me pasó aquel día. Lo peor, últimamente,<br />
es cuando suena el teléfono <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho y no está mi secretaria. Por regla<br />
general, si me toca cogerlo, ha sido y sigue siendo motivo para per<strong>de</strong>r clientes:<br />
por mi rigi<strong>de</strong>z y antipatía manifiesta, más <strong>de</strong> uno ha preguntado con extrañeza<br />
si he sido yo quien ha cogido el teléfono. «Pues no dan ganas, precisamente,<br />
<strong>de</strong> consultar nada con uste<strong>de</strong>s» dicen quienes no nos conocen, la gente<br />
se siente molesta y cuelga sin más.<br />
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