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Fulanita de tal - Planeta Babel

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Miguel Esquirol Ríos<br />

ahora somos siete. Somos dos <strong>de</strong>l pueblo, dos españolas más, una hermosa<br />

nórdica <strong>de</strong> piel blanca y olor a leche y dos pequeñas mulatitas sudamericanas<br />

vivarachas y divertidas.<br />

Cuando mi madre se enteró casi le dio un ataque, me fue a buscar con una mirada<br />

interrogante y amarga en el rostro y sólo le faltó verme para girarse y marcharse<br />

llorando, no podía creer que su querida hija hubiera acabado así. Ella pensaba<br />

que sólo era una camarera <strong>de</strong>l nuevo casino. Y al principio yo también estaba<br />

convencida <strong>de</strong> eso, pero si hombres que apuestan y pier<strong>de</strong>n sin sudar te sonríen,<br />

hay que darles algo más que la bebida que te han pedido. Poco <strong>de</strong>spués<br />

doña Amanda me propuso trabajar para ella, no le gustan las particulares y yo<br />

estaba por per<strong>de</strong>r el trabajo por dar servicios extra a los clientes <strong>de</strong>l casino.<br />

Aquí todo es glamour. Las luces <strong>de</strong>l casino, las elegantes camas <strong>de</strong>l bur<strong>de</strong>l,<br />

la música <strong>de</strong> Julio Iglesias en el pequeño bar dorado don<strong>de</strong> esperamos lánguidas<br />

a nuevos clientes. Mi madre pensaba que hago esto por el dinero y<br />

tenía toda la razón. Pero también lo hago por algo más, algo que no puedo<br />

explicar pero que lo entiendo un poco con las mullidas alfombras, los coches<br />

cromados y los relojes <strong>de</strong> oro con que nos topamos en horas <strong>de</strong> trabajo. En<br />

ningún lugar te pagarían para que bebas champán, en éste sí. No todos nuestros<br />

clientes son hombres ricos con relojes <strong>de</strong> oro, aunque suele haber bastantes,<br />

sobre todo en verano. Durante el resto <strong>de</strong>l año tenemos los clientes<br />

habituales <strong>de</strong>l pueblo y <strong>de</strong> otros pueblos cercanos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l verano pue<strong>de</strong><br />

que no haya tanto glamour, pero es un trabajo.<br />

Aunque doña Francisca fue la que hizo que mi madre se enterara <strong>de</strong> mi trabajo,<br />

no le guardo rencor. Tiene la voz aguda a pesar <strong>de</strong> sus cincuenta años<br />

y muchos ducados al día, ella me sigue saludando cada vez que paso por <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> correos.<br />

Mi madre no se marchó el mismo día en que se enteró en qué trabajaba, sino<br />

tiempo <strong>de</strong>spués, cuando me llamó fulana. En ese tiempo seguimos como siempre,<br />

iba a comer a su casa y nos encontrábamos los domingos. Ella me <strong>de</strong>cía<br />

que <strong>de</strong> verdad intentaba enten<strong>de</strong>rme, que ella me podía dar el dinero que necesitara,<br />

que no tenía que hacer eso. Ella no entendía que no era sólo por el dinero<br />

y que ella nunca podría darme todo el dinero que ganaba trabajando <strong>de</strong> eso,<br />

siempre lo dijo así, como si se refiriera a una caca <strong>de</strong> perro o a una mancha<br />

en la alfombra.<br />

No quiero que me consi<strong>de</strong>ren una mala hija, pero quizás <strong>de</strong> verdad lo soy. Por<br />

eso no sospeché nada al ver la cara preocupada <strong>de</strong> doña Francisca cuando lle-<br />

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