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Karina Zarfino<br />
bien lo hago. En el convento me enseñaron muchas cosas –y se anudó el pañuelo<br />
en la nuca cubriéndose la boca para no tragar el polvo que empezó a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse<br />
al quitar las telas <strong>de</strong> los muebles.<br />
Su abuelo sonrió y se dirigió hacia el jardín, don<strong>de</strong> se sentó sobre una piedra<br />
a preparar la pipa. Lucía permaneció unos instantes observándolo a través <strong>de</strong>l<br />
hueco <strong>de</strong> la ventana; su cuerpo parecía vencido por los años.<br />
Pensó en limpiarlo todo. Con esfuerzo le <strong>de</strong>volvería a cada objeto el brillo que<br />
lució antaño, como cuando su madre se encargaba <strong>de</strong> las tareas <strong>de</strong> limpieza<br />
con tanto esmero que aquella sala resplan<strong>de</strong>cía como un palacio. Le rondó<br />
por la cabeza la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> no regresar al convento. Cuidaría <strong>de</strong> su abuelo y se<br />
ins<strong>tal</strong>aría allí para siempre. Las monjas podrían venir a visitarla cuando quisieran.<br />
La casa era gran<strong>de</strong> y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arreglarla sería tan acogedora que ningún<br />
visitante tendría ganas <strong>de</strong> irse.<br />
Abrió las ventanas y la vivienda poco a poco comenzó a oler a fresco como<br />
en sus recuerdos; su abuelo recuperaría la vi<strong>tal</strong>idad con ese frescor.<br />
Se dirigió al piso <strong>de</strong> arriba don<strong>de</strong> estaban las habitaciones. Frente a la puerta<br />
<strong>de</strong> su antiguo cuarto la inundó la amargura por todo lo perdido. Sintió un nudo<br />
en la garganta y creyó no tener el valor para entrar, pero se infundió coraje y<br />
abrió la puerta.<br />
Todo estaba en el mismo lugar en que lo había <strong>de</strong>jado. Lentamente se enfrentó<br />
a sus pertenencias abandonadas. Sobre la pequeña cama pasó las horas<br />
olvidándose <strong>de</strong>l tiempo, <strong>de</strong> su abuelo, <strong>de</strong>l fragmento <strong>de</strong> existencia que vivió<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> sus seis años.<br />
Por la ventana vio que estaba cayendo la tar<strong>de</strong>. Salió <strong>de</strong>l cuarto en busca <strong>de</strong>l<br />
anciano, pero la casa estaba vacía. Se dirigió hacia el jardín, don<strong>de</strong> tampoco<br />
había nadie.<br />
Pensó que su abuelo estaría en la taberna, ya nadie lo vigilaba, podía pasarse<br />
allí todo el tiempo que quisiera. Lucía se encaminó hacia la taberna, pero<br />
al llegar comprobó que no había ni un alma. Sin saber dón<strong>de</strong> encontrarlo, comenzó<br />
a buscarlo por las callejuelas. Le llamó la atención que a pesar <strong>de</strong> la caída<br />
<strong>de</strong>l sol las calles siguieran <strong>de</strong>siertas, aquello parecía un pueblo fantasma.<br />
Caminó durante largo rato. Los últimos <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> luz le marcaban el camino.<br />
Creyó estar dando vueltas sobre el mismo lugar cuando, a lo lejos, reconoció<br />
la silueta <strong>de</strong> su abuelo que cruzaba una esquina. Lucía lo llamó, pero el ancia-<br />
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