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Fulanita de tal - Planeta Babel

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gué a la oficina <strong>de</strong> correos. Mis medias y minifaldas siempre <strong>de</strong>spiertan sonrisas<br />

en los trabajadores <strong>de</strong> la oficina <strong>de</strong> correos, e incluso al jefe <strong>de</strong> mi madre que sale<br />

a beber agua cuando yo entro, únicamente para seguirme con la mirada.<br />

Como ven, me cuesta enfocarme en lo que les quiero contar. Sigo pensando en<br />

que quizás soy una mala hija. ¿Por qué otra razón mi mente habría volado <strong>de</strong> mi<br />

cuerpo sin una lágrima cuando doña Francisca me dijo que mi madre había muerto?<br />

Un ataque al corazón, dijo. En pocos segundos vi a esa señora regor<strong>de</strong>ta<br />

y bajita que era mi madre. Tenía el cabello rizado, los ojos y los labios gran<strong>de</strong>s<br />

y sin pintar y, antes <strong>de</strong> enterarse en qué trabajaba, siempre con una sonrisa.<br />

Quizás mientras pensaba en ella aún era una buena hija, pero cuando doña<br />

Francisca me dijo que tenía que ir a la ciudad para recoger su cuerpo y traerlo<br />

al pueblo, mi mente dio un nuevo salto y ya no vi a mi madre y un ataúd blanco<br />

y mucha gente llorando, sino que me imaginé la ciudad. El lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> vienen<br />

todos esos hombres ricos que juegan el golf y pier<strong>de</strong>n sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mirarme.<br />

Y don<strong>de</strong> hay más casinos y muchas más putas y hombres mucho más ricos.<br />

Me dieron unas ganas inmensas <strong>de</strong> partir <strong>de</strong> una vez hacia la ciudad. Era una<br />

buena oportunidad para conocerla finalmente.<br />

Cuando hice las maletas aquella misma noche, guardé dos trajes, la caja fina<br />

<strong>de</strong> maquillajes que me había regalado en mi cumpleaños doña Amanda y <strong>de</strong>cidí<br />

hacerme un corte <strong>de</strong> cabello el día siguiente. Después me llegó, siempre retrasada,<br />

la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que tendría que hablar con don Antonio, el <strong>de</strong> la funeraria, para<br />

que tuviera todo preparado. Quería tener un lugar don<strong>de</strong> traer a mi madre y no<br />

<strong>de</strong>jarla esperando en su cama por haberme olvidado el cajón. De todas maneras,<br />

don Antonio era un cliente antiguo y seguro que lo haría encantado.<br />

Cuando me vi en el espejo antes <strong>de</strong> partir hacia la estación, parecía una señora.<br />

No parecía una puta, ni siquiera una fulana. El vestido hasta la rodilla, las<br />

medias claras, los zapatos <strong>de</strong> tacón, la blusa con un discreto escote; mi madre<br />

hubiera dicho que estaba guapa. Me sentía alegre y ansiosa, y eso me hacía<br />

sentir aun más mala hija<br />

El tren me arrulló pero no llegué a dormirme, mientras tanto por mi cabeza pasaban<br />

todas las escenas <strong>de</strong> las películas <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s casinos, <strong>de</strong> las elegantes<br />

fiestas, <strong>de</strong> los lujosísimos hoteles. Tenía ganas <strong>de</strong> echarme en una <strong>de</strong> esas<br />

camas <strong>de</strong> agua, dormir con sábanas <strong>de</strong> seda, ser besada por hombres apuestos<br />

y millonarios dueños <strong>de</strong> yates.<br />

Llegué a la ciudad con el amanecer, los edificios tenían algunas luces encendidas<br />

y, a pesar <strong>de</strong> la hora, las calles estaban repletas <strong>de</strong> coches. Tenía el<br />

56<br />

La ciudad

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