Fulanita de tal - Planeta Babel

Ahora ambos están tranquilos, aunque sus cuerpos se estremezcan y sus corazones
vayan a mil por hora. El atronador rugido de los motores les conforta en
la ascensión y, en unos segundos, las estrellas brillan como un premio a su
enorme valentía.
–¡Es chulísimo, mamá!, ¡es chulísimo!
Dentro de la nave suena música clásica. La azafata les informa de que en
breves instantes van a sentir los efectos de la falta de gravedad. El capitán
saluda a la tripulación. Suena el Danubio azul, no podía faltar, pero a
ella no le parece hortera, en absoluto. Su cuerpo está apresado en la caricia
del cinturón y sus ojos, más allá de la ventanilla, perdidos en la inmensidad
del espacio.
–¿Por qué lloras mamá?
–Es de felicidad, cariño. De lo chulo que es todo. De lo bonito que es el
espacio.
Pero ella misma no sabe por qué llora, por qué siente una tristeza terrible ante
toda esa belleza y tiene miedo de no poder formar parte de ella jamás. Es una
turista pobre de la belleza, es la última comida de un condenado. Siente que
no tendrá tiempo de nutrirse. Todo acabará demasiado pronto.
Sólo es un viaje de día y medio. Quiere grabarlo en su interior para siempre.
Antes de darse cuenta ya han llegado. Un pequeño paso para la humanidad,
un gran paso para una madre asustada.
Atraviesan un tubo de cristal, la luna está ahí fuera. Siguen todos juntos a lo
largo del enorme túnel blanco que todavía les separa del placer intenso del
contacto lunar.
La entrada no es más espacial que la de cualquier casino de Las Vegas. Lujo
cósmico en la estación lunar vacaciones.
–¿Cuándo saldremos afuera mamá, cuándo podremos ponernos la escafandra?
La gente se acerca a la barra, pide copas, empiezan a formarse grupos, muchas
sonrisas, ninguna risa.
La azafata les da la bienvenida a la estación lunar vacaciones. Parece que ese
día nadie se va a poner la escafandra. Mañana será la excursión en grupo con
los monitores.
–Perdone... señorita, a mi hijo y a mí nos hace mucha ilusión salir cuanto antes.
Si usted pudiera...
Es sorprendente, pero está claro que a la señorita Mengana, como se lee en
su chapa de identificación, nadie en sus tres años de azafata lunar, le ha hecho
una petición similar.
–Veré qué puedo hacer.
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Hoy no vas al colegio