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ápidamente. Después fueron los ejércitos de Alcadizaar los que ganaron terreno; sus carruajes atravesaban las filas de muertos<br />
como las guadañas siegan el trigo. Al final venció Alcadizaar, con su gran armadura dorada brillando por la energía mágica<br />
contenida y su cimitarra mágica, más rápida que la lengua de una serpiente del desierto. Junto a él luchaba su mujer y auriga,<br />
Khalida, que había jurado morir junto a su marido si era necesario. Libraron batalla tras batalla hasta destruir la última de las<br />
legiones de Nagash, obligando a los vampiros a huir a través del desierto hasta Nagashizaar para informar a su siniestro señor<br />
del fracaso.<br />
La furia de Nagash fue enorme. Maldijo a sus capitanes y lanzó terribles hechizos contra ellos. Hizo que conocieran el dolor<br />
para toda la eternidad, y sus aullidos proclamarían sus miserias a todos los hombres. Viendo como estaban las cosas, los<br />
Vampiros supervivientes huyeron de Nagashizzar por la noche, dispersándose en todas direcciones para confundir a sus<br />
perseguidores. De esta forma, su maldición acabó propagándose por todas las tierras de los hombres.<br />
La furia de Nagash se prolongó durante toda una década, en la que siguió maquinando nuevos planes. Odió con fuerza al<br />
hombre que le había desbaratado sus planes, e ideó un plan de venganza tan cruel que los propios dioses temblaron y dejaron<br />
de observar el mundo.<br />
Actuó con cautela. Sus agentes llevaron trozos de piedra de disformidad encantados con hechizos de muerte hasta las<br />
fuentes del Gran Río, corrompiendo los manantiales con su maldad, hasta que el agua coaguló y fluyó lentamente, teñida de color<br />
rojo sangre. El pueblo del Gran Reino tembló ante lo sucedido al río que constituía su vida. Uno a uno, todos los habitantes<br />
enfermaron y murieron.<br />
Encargó a los Skavens atraer tribus de Orcos y Goblins desde las Montañas del Fin del Mundo hasta Nagashizzar. Estos<br />
no sabían para qué propósito quería Nagash a los Orcos, pero cobraron numerosos sacos de piedra de disformidad pura por su<br />
servicio.<br />
Alcadizaar estaba sentado en su sala del trono mientras veía como su reino era destruido por un enemigo al que no podía<br />
derrotar. La peste iba propagándose por el país. La gente moría con grandes pústulas por toda la piel. Los médicos enfermaban<br />
al intentar curar a sus pacientes. Los hombres huían de sus familias, muriendo mientras corrían. Durante algunos meses la Muerte<br />
recorrió el país hasta que los muertos eran más numerosos que los vivos, y los cadáveres permanecían pudriéndose por las calles.<br />
El ganado recorría los campos sin nadie que lo vigilase, hasta que también moría. Todas las cosas vivas en el Gran Reino<br />
enfermaron. Alcadizaar vio morir a sus amigos uno a uno, después a sus hijos, después a su mujer. Alcadizaar era una excepción,<br />
como si algún poder maligno lo quisiera vivo. Finalmente quedó solo en su palacio, sentado en su trono dorado, llorando mientras<br />
a lo lejos podía oírse a un infatigable ejército avanzando.<br />
Este ejército apareció cuando todo el mundo había muerto: un gran ejército de muertos. Los pocos supervivientes del<br />
ejército de Alcadizaar estaban tan enfermos y demacrados que no podían impedir su avance ni un segundo. Los No Muertos,<br />
inmunes a la enfermedad, avanzaban de extremo a extremos del país, y no descansaron hasta haber matado a todo hombre,<br />
mujer y niño, e incluso a bestias, pájaros y perros. Todos excepto uno. Capturaron a Alcadizaar en su sala del trono y lo arrastraron<br />
cargado de cadenas hasta el Pozo Maldito. Lo arrojaron a los pies del trono de Nagash, y tuvo que enfrentarse a la horrorosa<br />
forma del Gran Nigromante en persona.<br />
Nagash explicó a Alcadizaar lo que sucedería a continuación: todos los increíbles detalles de su demencial plan. Nagash<br />
le contó que pensaba reanimar a todos los muertos del Gran Reino, y utilizarlos como soldados en su plan para conquistar el<br />
mundo. Horrorizado, Alcadizaar fue arrojado a una de las mazmorras de Nagash a la espera de los deseos del siniestro hechicero.<br />
Las explicaciones de Nagash al rey no eran amenazas vacías. Estaba decidido a seguir con su plan, y podía hacerlo.<br />
Durante un ritual que duró días, consumió cantidades ingentes de piedra de disformidad, hasta que su cuerpo ardía con la<br />
energía de la piedra, y su sangre quedó saturada. La poca piel que le quedaba ardió, y se convirtió en poco más que un esqueleto<br />
viviente con una negra armadura. Los Orcos y los Goblins fueron conducidos drogados desde las mazmorras hasta el negro altar<br />
donde uno a uno fueron sacrificados, y sus almas devoradas por el Gran Nigromante para aumentar sus poder. Durante una noche<br />
y un día enteros, mientras Mórrsleib brillaba en el cielo, Nagash cantó las sílabas de su último y más poderoso hechizo. En las<br />
mazmorras, los pocos orcos supervivientes temblaban y aullaban. Por todo el continente los seres vivos tuvieron pesadillas. En<br />
las profundidades del Mar Sulfuroso brillaron luces extrañas. Desde lo alto de su torre, Nagash lanzó al aire puñados del brillante<br />
polvo negro. Los fríos vientos lo alejaron de Nagashizaar, cayendo como si fuera lluvia sobre las ciudades y necrópolis del Gran<br />
Reino. Por unos instantes todo permaneció calmado. Poco después, los muertos empezaron a moverse por todo el país. Una fría<br />
luz verde penetró en miles de ojos podridos. Los cadáveres de los apestados fueron levantándose uno a uno y caminaron. Los<br />
muertos se sacudieron el polvo de eones y salieron de sus tumbas. Los guerreros No muertos emergieron de sus guaridas,<br />
reuniéndose todos los seres inmundos. Los innumerables muertos formaron en disciplinadas filas. Las amortajadas momias de los<br />
reyes muertos hacía mucho emergieron de sus pirámides para ponerse al mando de los restos de sus antiguos súbditos.<br />
Reanimando por la poderosa voluntad de Nagash, el ejército más grande que jamás ha visto el mundo empezó a converger sobre<br />
Nagashizzar.<br />
Exhausto por la gran cantidad de energía que había necesitado para lanzar el hechizo, Nagash entró en un profundo trance<br />
sobre su trono. Mientras el ejército de No Muertos avanzaba hacia allí, un silencio sepulcral dominó Nagashizzar. Era como si la<br />
muerte hubiera llegado realmente a la capital del Gran Nigromante.<br />
La descarga de energía fue tan grande que no pasó desapercibido en otras partes del mundo. El Consejo de los Trece<br />
entendió finalmente las intenciones de Nagash y sus miembros quedaron aterrorizados. Con los incontables guerreros muertos<br />
del Gran Reino bajo sus órdenes, Nagash sería invencible. Ya no necesitaría nunca más la ayuda de los Skavens. Seguramente<br />
les haría pagar caros sus anteriores ataques contra su reino. Descubriendo que, de momento, el Gran Nigromante también<br />
descansaba, decidieron aprovechar la que podría ser su única oportunidad de detenerle. Pese a que la misión era crucial, no<br />
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