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Tú y tu Casa y tu Casa - Paul-Timothy

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para ser bautizado. Pero si esperan un año, los nuevos se<br />

habrán probado. Esto se le comunicó al hermano Dimas, pero<br />

no nos hizo caso. Más bien escribió una carta al Reverendo<br />

Harris rechazando su consejo. Tenemos que hacer algo.<br />

El nuevo misionero Harris se paró.<br />

—Yo tengo mucho interés en El Olvidado. Iba a ir allá para<br />

enseñar en Dos Rocas. He es<strong>tu</strong>diado los informes de la obra, y<br />

francamente no me gustan. Hay iglesias que no tienen cultos de<br />

predicación. Celebran la Santa Cena como lo principal del<br />

culto, sin que un pastor ordenado esté presente. Han bautizado<br />

a personas que viven en fornicación. Dicen también que<br />

grandes números están bautizándose ahora. ¡Centenares! ¡Claro<br />

que están bautizando a cualquier persona! Y lo peor es que el<br />

dirigente principal no tiene ninguna preparación. Yo propongo<br />

que ordenemos que el hermano Dimabolos. . .<br />

—Dimas Villalobos—dijo alguien.<br />

—Que ordenemos el hermano Villabolos que. . .<br />

—¡Villalobos!—le corrigieron.<br />

—Villalobos, pues, que regrese para es<strong>tu</strong>diar más, para<br />

poder hacer las cosas correctamente y con orden.<br />

Mientras tanto, Dimas se acerca a la casa por un costado.<br />

Alcanza la puerta. La prueba. ¡Trancada! Adentro no se oye<br />

nada. De rodillas, va rodeando la casa. La puerta de atrás está<br />

abierta. Mira por todos lados afuera de la casa. ¡Nadie! ¡Todo<br />

quieto! Alista el rifle. De un brinco entra a la casa. ¡Vacía!<br />

Mira nerviosamente por todos lados. Una botella de aguardiente<br />

está caída en la mesita. . .Siente una opresión en los<br />

pulmones y se desploma. Oye un caballo galopando hacia la<br />

casa.<br />

166<br />

—¡Sería una lastima!<br />

Iban hacia la casa del señor Miguel Wilson. Carmen<br />

advirtió:<br />

—El misionero no te va a hacer caso, Dimas. <strong>Tú</strong> sólo eres<br />

un humilde indio.<br />

—Yo no me avergüenzo de mi sangre. ¿Y tú, indita?<br />

—Tampoco.<br />

Dimas miró a su esposa. Admiró su cara tan perfecta. Y su<br />

cabello tan hermoso. Largo. . . negro. Caía sobre sus hombros. .<br />

. finos. . . na<strong>tu</strong>ral. Como todas las campesinas de El Olvidado.<br />

—¡Carmen! No te cambies el peinado.<br />

—¿Por qué no? Ahora vivimos en Tegucigalpa. Tengo que<br />

seguir las modas.<br />

—¡Estas modas modernas son feas!—gruñó Dimas. —¿Por<br />

qué la esposa del misionero siempre se arregla el pelo en<br />

formas exageradas? ¡Se lo tiñe! Las gringas no tienen orgullo<br />

de su color na<strong>tu</strong>ral.<br />

—¡Dimas! ¡Cállate! Ya llegamos a su casa.<br />

La esposa del misionero abrió la puerta. Parecía más alta<br />

que nunca: su cabello estaba alborotado hacia arriba como la<br />

Torre de Babel. Carmen, con su vestido desteñido, se escondió<br />

atrás de Dimas. La señora los saludó y llamó a su esposo en<br />

inglés. A Dimas le dolían los oídos cuando alguien hablaba<br />

inglés. Ella llamó a su esposo "Maik", en vez de "Miguel".<br />

¡Qué idioma tan raro!<br />

Entraron en una sala grande con centenares de libros.<br />

Miguel Wilson entró vestido de saco y corbata. "¡Caramba!"<br />

pensó Dimas, "¡Quiere probar que puede sufrir por Cristo en<br />

este calor!"<br />

15

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