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Dimas arrancó el carro y siguió su camino. Ya se sentía<br />
mejor. Carmen le limpió la sangre de la boca con su pañuelo y<br />
se rió:<br />
—Olvidaste darles un folleto para evangelizarlos.<br />
Cuando Dimas llegó a la librería, el viejo col portor<br />
Ezequiel estaba sentado acariciando a su perro, Lamelatas. Este<br />
era de color café, renco de una pata y con una oreja gacha:<br />
huellas de pleitos ya olvidados en su vejez. Ezequiel siempre<br />
escuchaba con paciencia los problemas de Dimas. Este le contó<br />
su motivo para ir a El Olvidado:<br />
Pero el misionero no me hace caso. Yo pensé que se<br />
alegraría. Hasta el pastor me desanima. Pero yo me voy de todos<br />
modos. Necesito <strong>tu</strong> apoyo, Ezequiel.<br />
El anciano le quitó una garrapata a Lamelatas y la mató<br />
apretándola entre las uñas.<br />
—Ojalá que yo pudiera acompañarte, hermanito. Pero mi<br />
sangre vieja está rala. Las montañas de El Olvidado doblarían<br />
demasiado estas rodillas tan débiles. Mis pulmones ya<br />
perdieron su elasticidad.<br />
—Levantaste iglesias en lugares remotos. ¿Cómo te<br />
sos<strong>tu</strong>viste?<br />
—Vendí Biblias y libros, viviendo por la fe.<br />
—Pues voy a hacer lo mismo.<br />
—Un momento, hermanito. ¿Cuantos hijos tienes?<br />
—Sólo cinco. Pero en unas semanas. . .<br />
22<br />
—Por <strong>tu</strong> cuñado Roberto. El vive con la mujer de mi papá.<br />
—¡Elena!—exclamó Dimas.<br />
—Sí. Elena. La tenía cuando estaba en Dos Rocas. Sus<br />
hijos mayores son mis hermanos. Mi papá está celoso. Tiene<br />
que vengarse.<br />
—Pero yo no <strong>tu</strong>ve nada que ver con eso—declaró Dimas—<br />
; yo no lo sabía.<br />
—No importa. Te digo que salgas. Por <strong>tu</strong> propio bien. Mi<br />
papá no respeta a nadie. El odia a los evangélicos.<br />
—Te digo una cosa. Mi cuñado Roberto no era evangélico<br />
cuando se peleó con <strong>tu</strong> papá. Cálix no tiene por qué buscar<br />
pleito con los creyentes.<br />
—Mi papá no deja que nadie tome a su mujer. El no<br />
cambiará de idea. ¡Nunca! Hizo una promesa.<br />
Dimas recordó la muerte de la mamá de Mincho. Cálix se<br />
dio cuenta de que ella lo engañaba. Tomó un leño de la es<strong>tu</strong>fa y<br />
le metió a ella la braza ardiente. El eco de sus gritos se oyó<br />
hasta Riachuelo.<br />
—Mira—dijo Dimas—, dile a Cálix una cosa. Soy<br />
creyente. Pero esto no quiere decir que no puedo defenderme.<br />
La Biblia no prohíbe que lleve arma para defender a mi familia.<br />
El debe tener cuidado.<br />
—No vaya decirle nada. Lo que él haga, yo le ayudo. Es<br />
mejor que salgas de Riachuelo con <strong>tu</strong> familia.<br />
—Oye. Vamos a permanecer aquí. Hasta que haya iglesia.<br />
Pero, Mincho, les traje un Nuevo Testamento. Para toda <strong>tu</strong><br />
familia. Aquí está.<br />
—No puedo aceptarlo.<br />
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