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—¡Já! Ya entiendo por qué vino Pepe a Dos Rocas con<br />
tanta devoción y nobleza. ¿Es creyente ella?<br />
—No. Y no les cayó bien. El se desanimó. Se descarrió.<br />
Por eso <strong>tu</strong>vo que salir.<br />
—Pero Luis mandó una carta —repuso el misionero—.<br />
Decía que también quería regresar y que la obra había<br />
fracasado.<br />
Dimas no dijo nada.<br />
Don Miguel añadió:<br />
—Dijo que todo había resultado inútil.<br />
Dimas se limpió la frente con el brazo.<br />
—No alcanzamos a las aldeas de mi familia. Ni a Paniagua<br />
ni a Riachuelo.<br />
—¿Por qué no?<br />
—Gastamos todo el dinero aquí en Dos Rocas. Para nada.<br />
—¿Cómo lo gastaron tan pronto?<br />
—Bueno, Luis quiso alquilar el estadio y comenzar con una<br />
campaña grande. Con muchas decisiones, como han hecho en<br />
Tegucigalpa. El iba a predicar por dos semanas. Terminaría<br />
con una gran reunión la noche del 31 de diciembre, para el Año<br />
nuevo.<br />
—¿Y entonces?—preguntó don Tino.<br />
—Todo costó más de lo que habíamos calculado. Luis no<br />
quiso terminar las reuniones. Siguió alquilando el estadio.<br />
Entonces yo no fui más. Tampoco Ezequiel fue. Estaba<br />
enfermo. No ha podido hacer nada.<br />
El misionero dijo:<br />
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—Ar<strong>tu</strong>ro bien puede cuidar esta obra. Y Roberto está<br />
aprendiendo rápidamente.<br />
—Pero ellos son demasiado ordinarios—objetó Luis—;<br />
debes esperar que venga el nuevo misionero. El puede<br />
capacitar a algunos obreros en el pueblo para cuidar estas<br />
obras.<br />
—No, hombre—le contestó Dimas—. El no puede dirigir<br />
toda la obra desde Dos Rocas. ¿Es que sólo un gringo puede<br />
capacitar nuevos obreros? ¿Un indio ordinario no puede<br />
hacerlo? Tenemos que evangelizar nuestra propia tierra. Esto<br />
es algo que sólo los vecinos de un lugar pueden hacer bien.<br />
—¿Por qué?—preguntó Luis.<br />
—Los forasteros no conocen a la gente. Tienen que<br />
conocer a la gente para poder ganarla para Cristo.<br />
—¿Por qué? ¡Sólo hay que predicarles la Palabra!<br />
—No, hombre. Fíjate en la forma que las iglesias están<br />
creciendo. No es por los que aceptan en los cultos de<br />
predicación. Es que los nuevos creyentes están convenciendo a<br />
sus familiares y amigos.<br />
—<strong>Tú</strong> hablas igual que el finado Ezequiel—, se rió Luis.<br />
—Toma de ejemplo a nuestra iglesia aquí de Paniagua.<br />
Ar<strong>tu</strong>ro se convirtió, Y él gano a su mujer y casi a toda su<br />
familia. Y éstos ganaron a sus demás familiares.<br />
—Es cierto.<br />
—Solo siguiendo el hilo de los parientes, han alcanzado la<br />
mitad de la aldea. Voy a hacer lo mismo en Riachuelo.<br />
—Lo dudo. Esa gente es dura.<br />
—No, hombre. Parecen duros sólo para un obrero que viene<br />
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