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Tú y tu Casa y tu Casa - Paul-Timothy

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—Pero, hermano-objetó Luis—, esto no es lo que te<br />

pedimos hacer.<br />

—¡Sí es! ¡Me obligaron! ¡Es prohibido vivir en<br />

fornicación! ¡No estoy jugando con teorías de doctrinas!<br />

¡Quizás lo hagan en <strong>tu</strong> seminario! ¡La Biblia dice "huid de la<br />

fornicación", pero ustedes me dicen que debo seguir con ella!<br />

Ana le rogó:<br />

—¡Pero pobre Elena!<br />

—Yo voy a sostenerla, y a los niños. Pero vivir con ella no.<br />

Adiós—repuso Roberto, y salió.<br />

La casa estaba cerca. Oyeron a los niños llorando. Elena<br />

gritó:<br />

—¡No me casaré contigo nunca! ¡No lo haces por amor!<br />

¡Es solamente porque te lo exigen los evangelistas!<br />

Roberto le rogó:<br />

—Una vez más te lo pido, Elena, por amor de nuestros<br />

hijos.<br />

—No. Vivamos como todos en el campo. Nadie se casa por<br />

lo civil. Ahora estás quejándote, de que estamos en pecado.<br />

Entonces todos en Paniagua están en el mismo pecado.<br />

—Pues tienes que salir de la casa. ¡Ahora! Anda a donde <strong>tu</strong><br />

tía Reina. Te enviaré víveres y dinero para los niños. Puedes<br />

comenzar a recoger <strong>tu</strong>s cosas.<br />

—Es solamente porque quieres casarte con una creyente—<br />

lloró Elena—. Yo no voy a impedírtelo. Ya no. Si no me<br />

quieres voy a apartarme de <strong>tu</strong> vida. ¡No te estorbaré nunca,<br />

jamás!<br />

Roberto regresó a casa de Dimas. Los demás hermanos<br />

132<br />

costó ochenta lempiras.<br />

Ezequiel levantó otro adobe. Dimas admiró como el<br />

anciano trabajaba: Estaba enfermo, pero tenía fuerza. Entonces<br />

dejó caer otro adobe. El lodo pringó en el traje de Luis.<br />

Ezequiel no se disculpó. Sólo escupió en el suelo y tomó otro<br />

adobe. Luis saltó hacia atrás; después anunció:<br />

—De todos modos me voy. Del todo. Mira, Dimas, es lo<br />

único. Tendremos más éxito allá en nuestra ciudad. El<br />

misionero puede ayudamos. Tal vez la iglesia seguirá dando <strong>tu</strong><br />

sueldo.<br />

—No me importa el sueldo. Si no tengo fruto aquí,<br />

tampoco lo tendré allá.<br />

—No estés tan triste—dijo Luis—; ¿has olvidado a los<br />

muchos que gané para Cristo aquí? ¡Más de cuarenta!<br />

—Entonces, ¿Dónde están?<br />

—Era <strong>tu</strong> tarea conservar a los nuevos creyentes.<br />

—Los he visto. Mi cuñado Roberto está tocando siempre en<br />

El Pecado. Los jóvenes pasan las noches bailando. Los<br />

hombres andan por la calle tambaleándose.<br />

Mientras conversaban, Ezequiel saludó a cuatro hombres<br />

que iban montados hacia el río. Miraron la capilla con interés.<br />

Comenzaron a bajar pero Luis volvió a discutir con Dimas:<br />

—Por lo menos hicieron decisiones por Cristo. Muchos.<br />

Dimas le contestó:<br />

—No me hables más de invitaciones públicas y tales<br />

decisiones. No sirven si la gente no sigue a Cristo.<br />

—No hay otro método –alegó Luis —; hay que sacar<br />

decisiones antes de levantar una iglesia.<br />

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