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—Pero, hermano-objetó Luis—, esto no es lo que te<br />
pedimos hacer.<br />
—¡Sí es! ¡Me obligaron! ¡Es prohibido vivir en<br />
fornicación! ¡No estoy jugando con teorías de doctrinas!<br />
¡Quizás lo hagan en <strong>tu</strong> seminario! ¡La Biblia dice "huid de la<br />
fornicación", pero ustedes me dicen que debo seguir con ella!<br />
Ana le rogó:<br />
—¡Pero pobre Elena!<br />
—Yo voy a sostenerla, y a los niños. Pero vivir con ella no.<br />
Adiós—repuso Roberto, y salió.<br />
La casa estaba cerca. Oyeron a los niños llorando. Elena<br />
gritó:<br />
—¡No me casaré contigo nunca! ¡No lo haces por amor!<br />
¡Es solamente porque te lo exigen los evangelistas!<br />
Roberto le rogó:<br />
—Una vez más te lo pido, Elena, por amor de nuestros<br />
hijos.<br />
—No. Vivamos como todos en el campo. Nadie se casa por<br />
lo civil. Ahora estás quejándote, de que estamos en pecado.<br />
Entonces todos en Paniagua están en el mismo pecado.<br />
—Pues tienes que salir de la casa. ¡Ahora! Anda a donde <strong>tu</strong><br />
tía Reina. Te enviaré víveres y dinero para los niños. Puedes<br />
comenzar a recoger <strong>tu</strong>s cosas.<br />
—Es solamente porque quieres casarte con una creyente—<br />
lloró Elena—. Yo no voy a impedírtelo. Ya no. Si no me<br />
quieres voy a apartarme de <strong>tu</strong> vida. ¡No te estorbaré nunca,<br />
jamás!<br />
Roberto regresó a casa de Dimas. Los demás hermanos<br />
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costó ochenta lempiras.<br />
Ezequiel levantó otro adobe. Dimas admiró como el<br />
anciano trabajaba: Estaba enfermo, pero tenía fuerza. Entonces<br />
dejó caer otro adobe. El lodo pringó en el traje de Luis.<br />
Ezequiel no se disculpó. Sólo escupió en el suelo y tomó otro<br />
adobe. Luis saltó hacia atrás; después anunció:<br />
—De todos modos me voy. Del todo. Mira, Dimas, es lo<br />
único. Tendremos más éxito allá en nuestra ciudad. El<br />
misionero puede ayudamos. Tal vez la iglesia seguirá dando <strong>tu</strong><br />
sueldo.<br />
—No me importa el sueldo. Si no tengo fruto aquí,<br />
tampoco lo tendré allá.<br />
—No estés tan triste—dijo Luis—; ¿has olvidado a los<br />
muchos que gané para Cristo aquí? ¡Más de cuarenta!<br />
—Entonces, ¿Dónde están?<br />
—Era <strong>tu</strong> tarea conservar a los nuevos creyentes.<br />
—Los he visto. Mi cuñado Roberto está tocando siempre en<br />
El Pecado. Los jóvenes pasan las noches bailando. Los<br />
hombres andan por la calle tambaleándose.<br />
Mientras conversaban, Ezequiel saludó a cuatro hombres<br />
que iban montados hacia el río. Miraron la capilla con interés.<br />
Comenzaron a bajar pero Luis volvió a discutir con Dimas:<br />
—Por lo menos hicieron decisiones por Cristo. Muchos.<br />
Dimas le contestó:<br />
—No me hables más de invitaciones públicas y tales<br />
decisiones. No sirven si la gente no sigue a Cristo.<br />
—No hay otro método –alegó Luis —; hay que sacar<br />
decisiones antes de levantar una iglesia.<br />
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