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Tú y tu Casa y tu Casa - Paul-Timothy

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Dimas trepaba rápidamente. Había caminado media legua<br />

cuando un fuerte dolor le dio en el pecho. Pero le faltaba poco.<br />

Podía ver la casa de Cálix. Apenas podía respirar por el dolor.<br />

Siguió para arriba. Tuvo que pararse para respirar; luego<br />

siguió. Llegó al potrero que había frente de la casa. Se oyó un<br />

tiro. Pegó en una rama sobre su cabeza. El eco resonaba. Dimas<br />

observó la casa. Cerraron la puerta y las ventanas. El siguió<br />

caminando hacia la casa. Sonó otro disparo. Una piedra se reventó<br />

cerca de sus pies. Agarró el pecho. Tuvo que pasar el<br />

claro para llegar a la casa. No halló refugio. Empezó a correr.<br />

El dolor en su pecho lo sintió tan fuerte que se desmayó. Se<br />

cayó. Se levantó y volvió a caer. Otro tiro sopló el polvo a su<br />

lado. Se arrastraba hacia el enemigo. ¡El que amenazaba a su<br />

familia e impedía su obra para Cristo! ¡Nada lo iba a detener!<br />

¡Nada! Se levantó y corrió hacia la casa. Se le terminó su<br />

fuerza y cayó. Otro tiro. Se levantó y cayó. El eco del tiro<br />

sonaba entre las montañas como las palmadas de muchas<br />

manos. Se arrastró entre unos troncos. Otro tiro hizo levantar la<br />

arena salpicándolo con fuerza en la cara. Otra vez las montañas<br />

aplaudieron cruelmente con sus palmadas. Dimas se arrastró<br />

hacia la puerta. ¡Ya no regresaría!<br />

Mientras, en la iglesia madre de don Tino en Tegucigalpa el<br />

nuevo misionero Harris estaba felicitando a Luis:<br />

—Me alegro, Profesor, de que alcanzará usted ese puesto<br />

en el Seminario.<br />

—Muchas gracias, Reverendo Harris—respondió Luis—.<br />

¿Y cómo siguen sus labores con los universitarios?<br />

—Van bien, pero despacio. Las cosas buenas siempre<br />

cuestan más tiempo. El ministerio cristiano requiere mucha<br />

paciencia. Tenemos que pensar en el fu<strong>tu</strong>ro. Sembramos un<br />

164<br />

Dimas examinó el mapa en un lugar. Colocó su dedo en el<br />

lugar.<br />

—¡Aquí está! ¡Miren! ¡Mis padres viven aquí! ¡El<br />

Olvidado!<br />

—Pero no tenemos obreros suficientes para abrir nuevos<br />

campos, dijo don Miguel.<br />

—Tampoco hay suficiente dinero, agregó Luis como un<br />

eco.<br />

Dimas no les hizo caso.<br />

—¡Miren! Aquí vamos a levantar una iglesia en Dos<br />

Rocas, y en la aldea de Riachuelo. ¡Miren!<br />

—Bueno, es algo por lo cual se puede orar, dijo el<br />

norteamericano, mirando su reloj de pulsera—. Me gusta su<br />

deseo de ganar almas. Pero no podemos entrar en otro distrito<br />

ahora.<br />

Dimas miró fijamente al misionero.<br />

—Don Miguel, no me expliqué bien. No vine para pedirle<br />

permiso. ¡Estoy diciéndole que yo me voy a El Olvidado para<br />

iniciar la obra en ese distrito!<br />

Luis se quedó boquiabierto. Don Miguel y Dimas se<br />

quedaron mirándose. Nadie habló. Carmen tomó a Dimas por<br />

el brazo. La señora de Wilson oyó el silencio. Entró caminando<br />

rápidamente y preguntó algo en inglés. Don Miguel siguió<br />

mirando a Dimas y preguntó:<br />

—¿Quién decidió iniciar nuevas iglesias en El Olvidado?<br />

¿Con quién ha hablado?<br />

— Con Dios.<br />

—Pero. . . ¿Quién ha . . .? —el misionero no pudo hallar la<br />

17

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