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Dimas trepaba rápidamente. Había caminado media legua<br />
cuando un fuerte dolor le dio en el pecho. Pero le faltaba poco.<br />
Podía ver la casa de Cálix. Apenas podía respirar por el dolor.<br />
Siguió para arriba. Tuvo que pararse para respirar; luego<br />
siguió. Llegó al potrero que había frente de la casa. Se oyó un<br />
tiro. Pegó en una rama sobre su cabeza. El eco resonaba. Dimas<br />
observó la casa. Cerraron la puerta y las ventanas. El siguió<br />
caminando hacia la casa. Sonó otro disparo. Una piedra se reventó<br />
cerca de sus pies. Agarró el pecho. Tuvo que pasar el<br />
claro para llegar a la casa. No halló refugio. Empezó a correr.<br />
El dolor en su pecho lo sintió tan fuerte que se desmayó. Se<br />
cayó. Se levantó y volvió a caer. Otro tiro sopló el polvo a su<br />
lado. Se arrastraba hacia el enemigo. ¡El que amenazaba a su<br />
familia e impedía su obra para Cristo! ¡Nada lo iba a detener!<br />
¡Nada! Se levantó y corrió hacia la casa. Se le terminó su<br />
fuerza y cayó. Otro tiro. Se levantó y cayó. El eco del tiro<br />
sonaba entre las montañas como las palmadas de muchas<br />
manos. Se arrastró entre unos troncos. Otro tiro hizo levantar la<br />
arena salpicándolo con fuerza en la cara. Otra vez las montañas<br />
aplaudieron cruelmente con sus palmadas. Dimas se arrastró<br />
hacia la puerta. ¡Ya no regresaría!<br />
Mientras, en la iglesia madre de don Tino en Tegucigalpa el<br />
nuevo misionero Harris estaba felicitando a Luis:<br />
—Me alegro, Profesor, de que alcanzará usted ese puesto<br />
en el Seminario.<br />
—Muchas gracias, Reverendo Harris—respondió Luis—.<br />
¿Y cómo siguen sus labores con los universitarios?<br />
—Van bien, pero despacio. Las cosas buenas siempre<br />
cuestan más tiempo. El ministerio cristiano requiere mucha<br />
paciencia. Tenemos que pensar en el fu<strong>tu</strong>ro. Sembramos un<br />
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Dimas examinó el mapa en un lugar. Colocó su dedo en el<br />
lugar.<br />
—¡Aquí está! ¡Miren! ¡Mis padres viven aquí! ¡El<br />
Olvidado!<br />
—Pero no tenemos obreros suficientes para abrir nuevos<br />
campos, dijo don Miguel.<br />
—Tampoco hay suficiente dinero, agregó Luis como un<br />
eco.<br />
Dimas no les hizo caso.<br />
—¡Miren! Aquí vamos a levantar una iglesia en Dos<br />
Rocas, y en la aldea de Riachuelo. ¡Miren!<br />
—Bueno, es algo por lo cual se puede orar, dijo el<br />
norteamericano, mirando su reloj de pulsera—. Me gusta su<br />
deseo de ganar almas. Pero no podemos entrar en otro distrito<br />
ahora.<br />
Dimas miró fijamente al misionero.<br />
—Don Miguel, no me expliqué bien. No vine para pedirle<br />
permiso. ¡Estoy diciéndole que yo me voy a El Olvidado para<br />
iniciar la obra en ese distrito!<br />
Luis se quedó boquiabierto. Don Miguel y Dimas se<br />
quedaron mirándose. Nadie habló. Carmen tomó a Dimas por<br />
el brazo. La señora de Wilson oyó el silencio. Entró caminando<br />
rápidamente y preguntó algo en inglés. Don Miguel siguió<br />
mirando a Dimas y preguntó:<br />
—¿Quién decidió iniciar nuevas iglesias en El Olvidado?<br />
¿Con quién ha hablado?<br />
— Con Dios.<br />
—Pero. . . ¿Quién ha . . .? —el misionero no pudo hallar la<br />
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