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pensativo. Luego el misionero dijo:<br />
—Dimas, el hermano Luis puede ir con usted por algún<br />
tiempo también.<br />
—Bueno, no mucho tiempo —explicó Luis—; sólo para<br />
ayudar a empezar. Porque he comenzado una serie de mensajes<br />
del libro del Apocalipsis. Sólo hemos llegado a la segunda<br />
trompeta. No quiero interrumpir por mucho tiempo.<br />
Dimas se quedó sorprendido. Al fin se expresó:<br />
—Claro, hermano Luis. ¡Mil gracias, don Miguel! ¡Mil<br />
gracias, don Ezequiel! ¡Y a usted, pastor! ¡Mil gracias, Señor<br />
Jesucristo!<br />
Lamelatas meneó la cola y ladró.<br />
PREGUNTAS DEL CAPITULO UNO<br />
1. Carmen quiso acompañar a su esposo en su trabajo<br />
misionero. A veces la mujer de un obrero no comparte su<br />
llamamiento. ¿Qué problemas pueden resultar por esto?<br />
2. La iglesia se puso de acuerdo para enviar a Dimas. ¿Por qué<br />
un obrero no debe ordenarse a sí mismo?<br />
3. A veces los hermanos ponen argumentos en contra de una<br />
nueva obra. ¿Cuáles son las excusas que ponen para evitar más<br />
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Buscó su cartera. No estaba en su pantalón. La encontró en<br />
el suelo. Solo llevaba dos lempiras. La abrió. ¡El dinero todavía<br />
permanecía! Pero habían metido un papelito. Lo leyó:<br />
Con dificultad, Dimas se puso de pie. Tomó su machete y<br />
cortó una vara. Cada golpe le hacía doler la cabeza. Hizo el<br />
extremo de la vara en forma de pala y excavó un hoyo.<br />
Despacio levantó a Lamelatas y lo puso con cuidado en el<br />
hoyo. Lo cubrió con la tierra del El Olvidado. Le dio la idea<br />
que estaba sepultando otra vez a Ezequiel. Recordó la profecía<br />
del anciano. Algún día descubriría aquella serpiente en el suelo<br />
de El Olvidado. Bajo la piedra demasiado pesada. ¡No! ¡Nada<br />
me impedirá! ¡Hay que establecer las iglesias en todas las<br />
aldeas! ¡Ningún obstáculo me detendrá!"<br />
Se fue caminando. Sintió un desmayo y cayó. Se levantó<br />
mareado, pero siguió su camino.<br />
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