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Luis fue a la ventana y se apoyó en el marco inclinado.<br />
—Es verdad. Ojalá que yo regresara con don Miguel a<br />
Tegucigalpa, en su carro.<br />
Pero al día siguiente viajaban más adelante entre las<br />
montañas de El Olvidado. Llovía a cántaros contra el vidrio.<br />
Dimas <strong>tu</strong>vo que gritar para que le oyeran:<br />
—Ya vamos a llegar a Jocal.<br />
—Me alegro—se quejó Luis, aburrido.<br />
Dimas y don Miguel cantaban himnos pero Luis<br />
continuaba en silencio. El carro se pegó en un bache. Los<br />
mismos bueyes que habían hecho los baches ayudaron a<br />
sacarlo. Siguieron adelante. Pasaron por una curva. Se<br />
encontraron rodeados por cerdos, pollos y niños. Los perros<br />
perseguían al carro ladrando.<br />
—Ya llegamos a Jocal—anunció Dimas.<br />
—¿De veras?—Luis bostezaba.<br />
—¡Miren! ¡Ahí está la capilla!—gritó Dimas—¡Y fíjense!<br />
¡La construyeron exactamente como la de nosotros en Dos<br />
Rocas!<br />
—¡Es gemela!—se rió don Miguel—¡Hasta los errores han<br />
imitado! ¡El marco de la ventana se inclina exactamente como<br />
el suyo!<br />
Mateo salió gritando de alegría:<br />
—¡Vamos a tener un culto grande hoy! ¡Con predicación<br />
como en la ciudad! ¡Va a predicar el famoso evangelista Luis<br />
Dávila!<br />
Luis echó una mirada a la capilla humilde. Se disculpó:<br />
—Siento mucho, pero tengo un dolor de cabeza.<br />
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gran peso y sus piernas se doblaron. Miró todo oscuro y cayó.<br />
Un remolino lo tiraba más abajo.<br />
Pensaba: "¡Que abismo! ¿Es el fin del mundo? ¿Estoy<br />
muerto? ¿Dónde está Dios?"<br />
Cuando despertó estaba en cama. La ropa sucia de la<br />
familia estaba sobre él. Pero sintió frío. El misionero don<br />
Miguel estaba mirándolo.<br />
—¿Dimas? ¿Está despierto? Puede regresar conmigo a Dos<br />
Rocas. No se preocupe. Se recuperará en la clínica.<br />
Dimas se levantó por un lado.<br />
—Es una enfermedad pasajera. Puedo quedarme aquí.<br />
Algunos jóvenes han recibido a Cristo. No puedo dejarlos sin<br />
instrucción. Pero sintió un cansancio. No pudo apoyarse más.<br />
Se volvió a acostar.<br />
Don Miguel habló con Ar<strong>tu</strong>ro. Levantaron a Dimas. El no<br />
pudo resistirse. Lo llevaron al carro. Un grupo de niños<br />
admiraban el jeep. Cuando don Miguel arrancó, los niños<br />
gritaron:<br />
—¡Adiós, Padre! ¡Adiós, Padre!<br />
Iban por la carretera. El misionero le preguntó a Dimas:<br />
—¿Quiénes son los dos pistoludos montados que nos<br />
miraban?<br />
—No sé. No miré a nadie.<br />
Llegaron a la clínica en Dos Rocas. El perro Lamelatas<br />
estaba sentado a la puerta.<br />
—Ezequiel debe de estar adentro—dijo Dimas.<br />
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