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Tú y tu Casa y tu Casa - Paul-Timothy

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Luis fue a la ventana y se apoyó en el marco inclinado.<br />

—Es verdad. Ojalá que yo regresara con don Miguel a<br />

Tegucigalpa, en su carro.<br />

Pero al día siguiente viajaban más adelante entre las<br />

montañas de El Olvidado. Llovía a cántaros contra el vidrio.<br />

Dimas <strong>tu</strong>vo que gritar para que le oyeran:<br />

—Ya vamos a llegar a Jocal.<br />

—Me alegro—se quejó Luis, aburrido.<br />

Dimas y don Miguel cantaban himnos pero Luis<br />

continuaba en silencio. El carro se pegó en un bache. Los<br />

mismos bueyes que habían hecho los baches ayudaron a<br />

sacarlo. Siguieron adelante. Pasaron por una curva. Se<br />

encontraron rodeados por cerdos, pollos y niños. Los perros<br />

perseguían al carro ladrando.<br />

—Ya llegamos a Jocal—anunció Dimas.<br />

—¿De veras?—Luis bostezaba.<br />

—¡Miren! ¡Ahí está la capilla!—gritó Dimas—¡Y fíjense!<br />

¡La construyeron exactamente como la de nosotros en Dos<br />

Rocas!<br />

—¡Es gemela!—se rió don Miguel—¡Hasta los errores han<br />

imitado! ¡El marco de la ventana se inclina exactamente como<br />

el suyo!<br />

Mateo salió gritando de alegría:<br />

—¡Vamos a tener un culto grande hoy! ¡Con predicación<br />

como en la ciudad! ¡Va a predicar el famoso evangelista Luis<br />

Dávila!<br />

Luis echó una mirada a la capilla humilde. Se disculpó:<br />

—Siento mucho, pero tengo un dolor de cabeza.<br />

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gran peso y sus piernas se doblaron. Miró todo oscuro y cayó.<br />

Un remolino lo tiraba más abajo.<br />

Pensaba: "¡Que abismo! ¿Es el fin del mundo? ¿Estoy<br />

muerto? ¿Dónde está Dios?"<br />

Cuando despertó estaba en cama. La ropa sucia de la<br />

familia estaba sobre él. Pero sintió frío. El misionero don<br />

Miguel estaba mirándolo.<br />

—¿Dimas? ¿Está despierto? Puede regresar conmigo a Dos<br />

Rocas. No se preocupe. Se recuperará en la clínica.<br />

Dimas se levantó por un lado.<br />

—Es una enfermedad pasajera. Puedo quedarme aquí.<br />

Algunos jóvenes han recibido a Cristo. No puedo dejarlos sin<br />

instrucción. Pero sintió un cansancio. No pudo apoyarse más.<br />

Se volvió a acostar.<br />

Don Miguel habló con Ar<strong>tu</strong>ro. Levantaron a Dimas. El no<br />

pudo resistirse. Lo llevaron al carro. Un grupo de niños<br />

admiraban el jeep. Cuando don Miguel arrancó, los niños<br />

gritaron:<br />

—¡Adiós, Padre! ¡Adiós, Padre!<br />

Iban por la carretera. El misionero le preguntó a Dimas:<br />

—¿Quiénes son los dos pistoludos montados que nos<br />

miraban?<br />

—No sé. No miré a nadie.<br />

Llegaron a la clínica en Dos Rocas. El perro Lamelatas<br />

estaba sentado a la puerta.<br />

—Ezequiel debe de estar adentro—dijo Dimas.<br />

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