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Don Miguel y don Tino se fueron. Dimas no podía pensar<br />
claramente. Estaba confuso. Se sentía muy incapaz para<br />
evangelizar El Olvidado.<br />
Mateo y Marcos fueron a almorzar en el bar. Dimas no fue<br />
a casa para comer. Quería trabajar solo.<br />
Se oyó un ruido atrás. Un hombre con barba y pistola había<br />
detenido su caballo. Miraba las paredes sin terminar. Otro<br />
hombre armado estaba junto a él. Dimas los reconoció. Cálix<br />
el barbudo, y su hijo Mincho. Dimas no había visto a Cálix<br />
desde aquella noche, cuando el hombre grande se asomó a la<br />
puerta del estadio. La gente dejó de escuchar a Luis. Y se<br />
volteó para ver lo que Cálix haría. Fue la única vez que Dimas<br />
había visto a su cuñado Roberto ponerse nervioso. Roberto, el<br />
hermano de Carmen, dijo que Cálix podía mandar en las aldeas<br />
de arriba, pero no aquí en Dos Rocas.<br />
Dimas los saludó:<br />
—Buenas tardes, amigos.<br />
—Buenas.<br />
Dimas levantó otro adobe pesado. Los dos se quedaron<br />
mirándolo. Había un silencio pesado.<br />
—¿Qué estás haciendo?—preguntó Cálix.<br />
—Es una iglesia evangélica.<br />
—No necesitamos protestantes en estos lados.<br />
Dimas colocó el bloque sin responder.<br />
Cálix volvió a hablar:<br />
—Aquí en el pueblo la gente es tonta. Quizá soporte <strong>tu</strong><br />
nueva religión. Pero no la lleves más allá del río, o terminará <strong>tu</strong><br />
vida. Cálix azuzó fuertemente su caballo negro con las<br />
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—Bueno, yo me casé hace tres meses. Para mí era fácil. Mi<br />
mujer quiso. Teníamos todos los documentos y el dinero. Pero<br />
les digo una cosa. Aquel certificado que el alcalde me firmó en<br />
Dos Rocas no nos unió en matrimonio. Ya nos habíamos unido<br />
hace treinta y cinco años. Sólo Dios une en matrimonio. ¡Un<br />
alcalde borracho e incrédulo no!<br />
—Pero tenemos que obedecer las leyes de la tierra.<br />
—¡Espera!—ordeno Ar<strong>tu</strong>ro—. . La ley civil permite que<br />
Roberto abandone a Elena. Y la ley civil permite que se case<br />
con otra. ¡Pero la ley de Dios no! La ley de Dios y de mi<br />
conciencia ordena que no deje a Elena. Lo leí en la Biblia, que<br />
ya son una sola carne.<br />
—Esto solo se refiere a los legalmente casados—arguyó<br />
Luis.<br />
—¡No!—repuso Dimas—. La Palabra de Dios no ordena la<br />
manera exacta de contraer el matrimonio. Pero una vez<br />
contraído, Dios manda que permanezcan fieles los dos. Este es<br />
el meollo del asunto. Lo que Dios aborrece es la infidelidad<br />
entre cualquier pareja. Roberto, <strong>tu</strong> matrimonio está registrado<br />
en el cielo, aunque no en la municipalidad. Las leyes celestiales<br />
no concuerdan con las terrenales. Obedezcamos primero la ley<br />
de Dios. ¿Qué dicen ustedes?<br />
Todos convinieron.<br />
Dimas anunció:<br />
—Roberto, tú eres casado ante Dios; no dejes a Elena.<br />
Anda. Reconcíliate con ella.<br />
—¿Puedo ser bautizado entonces?<br />
Luis respondió:<br />
—Es mejor esperar.<br />
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