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Tú y tu Casa y tu Casa - Paul-Timothy

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Don Miguel y don Tino se fueron. Dimas no podía pensar<br />

claramente. Estaba confuso. Se sentía muy incapaz para<br />

evangelizar El Olvidado.<br />

Mateo y Marcos fueron a almorzar en el bar. Dimas no fue<br />

a casa para comer. Quería trabajar solo.<br />

Se oyó un ruido atrás. Un hombre con barba y pistola había<br />

detenido su caballo. Miraba las paredes sin terminar. Otro<br />

hombre armado estaba junto a él. Dimas los reconoció. Cálix<br />

el barbudo, y su hijo Mincho. Dimas no había visto a Cálix<br />

desde aquella noche, cuando el hombre grande se asomó a la<br />

puerta del estadio. La gente dejó de escuchar a Luis. Y se<br />

volteó para ver lo que Cálix haría. Fue la única vez que Dimas<br />

había visto a su cuñado Roberto ponerse nervioso. Roberto, el<br />

hermano de Carmen, dijo que Cálix podía mandar en las aldeas<br />

de arriba, pero no aquí en Dos Rocas.<br />

Dimas los saludó:<br />

—Buenas tardes, amigos.<br />

—Buenas.<br />

Dimas levantó otro adobe pesado. Los dos se quedaron<br />

mirándolo. Había un silencio pesado.<br />

—¿Qué estás haciendo?—preguntó Cálix.<br />

—Es una iglesia evangélica.<br />

—No necesitamos protestantes en estos lados.<br />

Dimas colocó el bloque sin responder.<br />

Cálix volvió a hablar:<br />

—Aquí en el pueblo la gente es tonta. Quizá soporte <strong>tu</strong><br />

nueva religión. Pero no la lleves más allá del río, o terminará <strong>tu</strong><br />

vida. Cálix azuzó fuertemente su caballo negro con las<br />

46<br />

—Bueno, yo me casé hace tres meses. Para mí era fácil. Mi<br />

mujer quiso. Teníamos todos los documentos y el dinero. Pero<br />

les digo una cosa. Aquel certificado que el alcalde me firmó en<br />

Dos Rocas no nos unió en matrimonio. Ya nos habíamos unido<br />

hace treinta y cinco años. Sólo Dios une en matrimonio. ¡Un<br />

alcalde borracho e incrédulo no!<br />

—Pero tenemos que obedecer las leyes de la tierra.<br />

—¡Espera!—ordeno Ar<strong>tu</strong>ro—. . La ley civil permite que<br />

Roberto abandone a Elena. Y la ley civil permite que se case<br />

con otra. ¡Pero la ley de Dios no! La ley de Dios y de mi<br />

conciencia ordena que no deje a Elena. Lo leí en la Biblia, que<br />

ya son una sola carne.<br />

—Esto solo se refiere a los legalmente casados—arguyó<br />

Luis.<br />

—¡No!—repuso Dimas—. La Palabra de Dios no ordena la<br />

manera exacta de contraer el matrimonio. Pero una vez<br />

contraído, Dios manda que permanezcan fieles los dos. Este es<br />

el meollo del asunto. Lo que Dios aborrece es la infidelidad<br />

entre cualquier pareja. Roberto, <strong>tu</strong> matrimonio está registrado<br />

en el cielo, aunque no en la municipalidad. Las leyes celestiales<br />

no concuerdan con las terrenales. Obedezcamos primero la ley<br />

de Dios. ¿Qué dicen ustedes?<br />

Todos convinieron.<br />

Dimas anunció:<br />

—Roberto, tú eres casado ante Dios; no dejes a Elena.<br />

Anda. Reconcíliate con ella.<br />

—¿Puedo ser bautizado entonces?<br />

Luis respondió:<br />

—Es mejor esperar.<br />

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