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Luis—. Yo no voy a quedarme para siempre.<br />
—<strong>Tú</strong> debías haber preparado a uno de los hermanos de<br />
aquí—dijo Dimas.<br />
Luis respondió:<br />
—No hay dinero para pagar un pastor aquí. Los hermanos<br />
de aquí no dan su diezmo.<br />
Ezequiel le aconsejó:<br />
—Y nunca lo darán mientras la Misión pague todos los<br />
gastos. . . ¡Hasta el sueldo del pastor!<br />
—No me pagan mucho—se quejó Luis.<br />
Dimas volvió a hablar:<br />
—Bueno, cueste lo que cueste, voy a Paniagua.<br />
Eugenia lo miró preocupada.<br />
—¿Pero no estás descuidando a <strong>tu</strong> familia dejándola sola?<br />
—Irán conmigo.<br />
Luis le dijo:<br />
—Pero es peligroso.<br />
—¿Cómo vas a alimentar a <strong>tu</strong> familia? ¿Para qué quieres<br />
levantar una obra donde no puedes quedarte siempre? Cuando<br />
regreses de Paniagua nadie se quedará allí como pastor.<br />
—Tampoco había pastor en Jocal—dijo Dimas—.Pero<br />
Dios levantó a Mateo y a Marcos. Cuidan la iglesia sin dinero,<br />
sin preparación en una escuela, y sin ningún misionero. Sirven<br />
la Santa Cena y. . .<br />
—Eres muy terco—interrumpió Luis—. Ellos no deben<br />
estar celebrando la Cena del Señor.<br />
74<br />
—¿Qué le pasa a Ezequiel?<br />
—¡Silencio! Ezequiel está muy grave de los pulmones. No<br />
le queda mucho tiempo.<br />
—Por favor, Eugenia, permítame usar la cama a la par de la<br />
de Ezequiel.<br />
A la mañana siguiente Dimas se encontró al lado del<br />
anciano. Este respiraba con dificultad. Preguntó a Dimas:<br />
—¿Cómo va la obra en Paniagua?<br />
-Yo prediqué todas las noches. Pero casi nadie se convirtió.<br />
Solamente algunos jóvenes. Traté de obedecer a Cristo.<br />
¡Prediqué con todo mi esfuerzo! Pero Dios no lo bendijo.<br />
—Hermanito, si obedeces al Señor con espíri<strong>tu</strong> de amor,<br />
recibirás su bendición siempre. <strong>Tú</strong> le obedeciste con espíri<strong>tu</strong> de<br />
ansiedad y obligación. Debes obedecer con paciencia y fe.<br />
Además, tú apenas sabes predicar.<br />
—Ya puedo predicar un poco—contestó Dimas.<br />
—Los gallos siempre quieren cantar. Solo quieren ir<br />
predicando. ¡Siempre predicando! Es mejor que hables primero<br />
con <strong>tu</strong>s amigos en sus casas. Mejor aprender a andar a pie antes<br />
de montar.<br />
Dimas le confesó:<br />
—¡Ay! ¡Tus palabras me llegan al corazón! Tengo deseos<br />
de predicar ante una gran congregación. Poco me interesa enseñar<br />
a los individuos.<br />
El anciano le aconsejó:<br />
—Deseas predicar a un gentío. Tal deseo a veces no viene<br />
de Dios. Viene del orgullo. ¡Por Satanás! Esta predicación más<br />
bien atrasa la obra.<br />
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