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El malduque de la Luna

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es bajitos, aunque muy distintos, a quienes visitábamos<br />

a <strong>la</strong> vuelta, regor<strong>de</strong>te y alegre el tabernero, diminuto y solitario<br />

su parroquiano perpetuo <strong>de</strong>l rincón, penoso hasta<br />

para un niño <strong>de</strong> pocos años y siempre carne <strong>de</strong> <strong>la</strong> regañina<br />

<strong>de</strong> mi padre: a ver si <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> beber y comía; a ver si salía <strong>de</strong><br />

vez en cuando a que le diese el aire; a ver si olvidaba tanta<br />

tontería y se daba cuenta <strong>de</strong> que tenía amigos que lo querían,<br />

pero el señor Antonio ni movía sus ojillos achinados<br />

ni un solo músculo <strong>de</strong> su cara cetrina y enfermiza, apenas<br />

estiraba su bracillo, cogía con su manita <strong>la</strong> espolil<strong>la</strong> y se <strong>la</strong><br />

llevaba a <strong>la</strong> boca, tan hecha a beber que ni tenía que <strong>de</strong>spegar<br />

los <strong>la</strong>bios para posar<strong>la</strong> en el<strong>la</strong>.<br />

De todas maneras, eran aquél<strong>la</strong>s, sobre todo, tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

bullicio y más niños: niños primero inasibles y lejanos a<br />

los que miraba medio escondido tras el cuerpo, entonces<br />

para mí tan gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong> mi padre; luego igualmente inasibles<br />

pero más cercanos porque daba yo ya unos pasitos<br />

hasta ponerme al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> su partido, <strong>de</strong> sus canicas, <strong>de</strong> su<br />

dó<strong>la</strong>r o <strong>de</strong> su mandón, aunque sin correr, arrodil<strong>la</strong>rme,<br />

saltar o recibir: ¡Mirón!, me <strong>de</strong>cían, mirón que era ya voyeur<br />

y que no escarmentó sino en cabeza ajena, cuando,<br />

una tar<strong>de</strong>, los gritos <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cobertizo: ¡Mirón, mirón,<br />

mirón! ¡Cobardica, cobardica, cobardica! ¡Mariquita,<br />

mariquita, mariquita!, atrajeron a los mayores, y se lió bien<br />

liada: Manolo el que mandaba y administraba con un cinto<br />

castigos a quienes no cumplían <strong>la</strong> prueba por él impuesta<br />

le había pedido a Pedrito que le llevase <strong>la</strong> braga más<br />

gran<strong>de</strong> que encontrara en el ten<strong>de</strong><strong>de</strong>ro y Pedrito no había<br />

querido, se chivó alguien, y empezaron los hombres a repartir<br />

bocinazos, alguna mujer alpargatazos y amenazas <strong>la</strong><br />

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