América Latina: La Patria Grande
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Desde entonces, cada nueva administración<br />
procuraría presumir sus “logros” en cuanto a “la reducción<br />
y privatización” de nuestras empresas públicas.<br />
A finales del sexenio de Miguel de la Madrid<br />
se anunció que se había conseguido disminuir en<br />
50% el número de entidades paraestatales existentes<br />
hasta entonces. Durante el periodo de Carlos Salinas<br />
se informó que el sector paraestatal había reducido<br />
su número en otro 25%, incluyendo la privatización<br />
de los bancos nacionalizados por la administración<br />
de López Portillo, así como de Teléfonos de México<br />
y diversas empresas siderúrgicas de participación<br />
estatal. Por su parte, el Presidente Ernesto Zedillo<br />
llevó al cabo la privatización de varias empresas públicas<br />
durante su sexenio, entre ellas Ferrocarriles<br />
Nacionales de México. Y en la administración de Vicente<br />
Fox se habló mucho de la posible privatización<br />
de Pemex y de la CFE, pero el Congreso de la Unión,<br />
en el cual su partido ya no tenía la mayoría, no lo<br />
habría permitido.<br />
el nuevo modelo internacional recomendaba<br />
una radical reducción de la participación<br />
del estado como principal agente promotor del<br />
desarrollo nacional, en aras de incrementar y dar<br />
toda la libertad posible a “las fuerzas del mercado”.<br />
A decir de Jesús Silva Herzog, ex secretario de Hacienda<br />
y Crédito Público, pareciera que, en materia de<br />
seguimiento de los modelos que a nivel internacional<br />
se han recomendado como los más adecuados en los<br />
últimos 50 años, los responsables del Ejecutivo Federal<br />
no han seguido la sugerencia que hace 25 siglos formuló<br />
Aristóteles en torno de la conveniencia de actuar<br />
prudentemente en el “justo medio” de las cosas. Lo que<br />
ha prevalecido entre nosotros es la tendencia a irnos<br />
siempre a los extremos. Así, hemos basculado de la intervención<br />
y participación protagónica del Estado en la<br />
economía, con miras a fomentar el desarrollo a partir<br />
de los años treinta, al extremo contrario, el que pugna<br />
por un “Estado mínimo”, como ha ocurrido durante las<br />
últimas dos décadas.<br />
No deja de resultar paradójico que, a finales de los<br />
años noventa, el propio Banco Mundial haya advertido<br />
de los problemas que se han creado en los países que<br />
han reducido al mínimo la intervención del Estado en<br />
la regulación de sus procesos económicos, al grado de<br />
poner en peligro la existencia misma de una saludable<br />
economía de mercado, con la consecuente apari-<br />
ción de monopolios privados (nacionales y extranjeros),<br />
el aumento de las disparidades económicas, del<br />
desempleo y de la pobreza en grandes sectores de la<br />
población. Resulta igualmente inquietante que varios<br />
países que hace 20 años estaban a la par que México o<br />
aún más abajo en sus índices de desarrollo (como los<br />
casos de India, Corea del Sur y China, por ejemplo),<br />
hoy se encuentran por encima del nivel alcanzado por<br />
nosotros. ¿Cuál ha sido su “secreto”? Algo muy simple:<br />
haberse mantenido alejados de los extremos en el<br />
cumplimiento de las recomendaciones de los organismos<br />
financieros internacionales, particularmente en<br />
torno de reducir al mínimo la participación del Estado<br />
en el desarrollo en sus respectivas economías. En<br />
cambio, los gobiernos de esos tres países han sabido<br />
apoyar diversos sectores básicos de sus economías nacionales,<br />
lo que les ha permitido insertarse de manera<br />
más competitiva en el mundo globalizado en que vivimos<br />
hoy día. Los tres han sabido encontrar respuestas<br />
más sensatas, y nacionalistas, frente a los modelos<br />
recomendados mecánica y acríticamente<br />
por las instituciones financieras interna-<br />
cionales, en las que, por obvias razones,<br />
predominan los intereses de los países<br />
más desarrollados, que se dan el lujo de<br />
recomendar a los demás soluciones genéricas<br />
que ellos son los primeros en no<br />
cumplir cabalmente.<br />
Confiamos en que este breve repaso<br />
de la historia reciente de nuestra administración<br />
pública en los últimos 50<br />
años, así como del pendulante papel que en este lapso<br />
ha correspondido al Estado en la promoción del desarrollo<br />
económico y social, coadyuve a ponderar qué<br />
le conviene a México y a los mexicanos en los próximos<br />
6, 12 y 25 años, los horizontes más utilizados<br />
para analizar lo que debería intentarse en el futuro<br />
cercano. Conviene que todos seamos más participativos<br />
en el análisis y discusión de este tipo de asuntos,<br />
y que, en su caso, apoyemos aquellas decisiones que<br />
resulten más útiles para el bienestar del conjunto de<br />
la población del país. Para aquellos que piensan que<br />
el Estado mexicano debe recuperar la responsabilidad<br />
de promover y regular el desarrollo integral del país,<br />
así como apoyar a aquellos sectores que puedan contribuir<br />
a insertarnos competitivamente en la economía<br />
global en la que ahora vivimos, les tenemos una<br />
buena noticia: para lograrlo no tendría que cambiarse<br />
una sola coma o una tilde de nuestra ley fundamental,<br />
la Constitución Política, sólo se requeriría que nos<br />
decidiéramos a darle cumplimiento. a<br />
Presidente del Consejo Directivo del Instituto Nacional<br />
de Administración Pública (INAP)<br />
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