América Latina: La Patria Grande
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¿Esta participación se produce por el temor a “perder”<br />
el sentido de identidad americana? (<strong>La</strong> cual está, en este<br />
análisis, íntimamente ligada al ejercicio de la hegemonía.)<br />
¿Se defendió la seguridad para salvaguardar un principio<br />
fundamental tendente a mantener un orden (económico<br />
y político), o como resultado del sentido de inseguridad<br />
estadounidense en cuanto a sus principios nacionales fundacionales<br />
como opuestos a los de los otros?<br />
Robert A. Packenham, en Liberal America and the<br />
Third World: Political Development Ideas in Foreign Aid<br />
and Social Science (Princeton, N.J.: Princeton University<br />
Press, 1973), sostiene que, con todo, aunque Estados Unidos<br />
pudiera haber permanecido extremadamente liberal<br />
y antirradical en los asuntos mundiales, estas experiencias<br />
y creencias dificultan a los estadounidenses:<br />
(...) percibir, entender y apreciar el papel positivo que<br />
el radicalismo y la revolución, con el intenso conflicto<br />
y violencia que con frecuencia los caracteriza, pueden<br />
jugar bajo determinadas circunstancias en otros<br />
países. <strong>La</strong> típica respuesta americana a las grandes<br />
revoluciones históricas, por ejemplo, ha sido inicialmente<br />
favorable, y luego, cuando éstas no “emulan el<br />
patrón americano de conducir rápidamente a sociedades<br />
democráticas disciplinadas”, la respuesta es de<br />
disgusto o incluso hostilidad.<br />
Packenham afirma que la política de Estados Unidos ante<br />
las revoluciones “parece haber sido reaccionar negativamente<br />
a los sistemas políticos genuinamente revolucionarios”.<br />
En este sentido, Hartz muestra un enfoque que<br />
apunta al otro lado de la cuestión americana:<br />
Desde la Revolución Francesa en adelante, la respuesta<br />
americana a las revoluciones en todas partes es como<br />
una aventura amorosa que se va volviendo cada vez<br />
más ácida, como una infatuación que siempre acaba<br />
en el desencanto.<br />
Si bien, todo el tema de la intromisión estadounidense<br />
en los procesos revolucionarios o reformistas se relaciona<br />
con el problema de la distribución del poder (“los<br />
americanos ponen más atención en cómo se distribuye<br />
el poder que en de cuánto poder se está hablando”), este<br />
acercamiento se realiza con base en la consideración de<br />
que “sólo superficialmente la sociedad de Estados Unidos<br />
estaba dividida y en conflicto, pero estaba profundamente<br />
unificada y había consenso en torno a la asunción<br />
desarticulada de la cultura migrante de los lockeanos, la<br />
tradición liberal”. El arribo de Estados Unidos a la modernidad<br />
fue el resultado de un esfuerzo menor al esperado<br />
y, por lo tanto, esta nación tuvo la ventaja de alcanzar el<br />
“estado de democracia sin haber tenido que pasar por<br />
una revolución democrática”, y sus ciudadanos “eran nacidos<br />
iguales y nunca tuvieron que preocuparse por crear<br />
la igualdad”, como argumenta Alexis de Tocqueville.<br />
Para Samuel Huntington, en Political Order in<br />
Changing Societies (Yale University Press, 1986), al mismo<br />
tiempo, no hubo instituciones sociales feudales que<br />
superar para establecer el poder en un grado en el que<br />
su “sociedad pudiera desarrollarse y cambiar, sin tener<br />
que vencer la oposición de clases sociales con un interés<br />
depositado en el statu quo económico y social”. En este<br />
contexto, es posible coincidir con Packenham cuando<br />
sostiene en su obra antes citada que:<br />
la historia americana no ha sido propicia desde el<br />
punto de vista de facilitar a los americanos que entiendan<br />
y aprecien la necesidad, en los países del tercer<br />
mundo, de acumular poder y autoridad. Puesto<br />
que los americanos nunca han tenido que preocuparse<br />
demasiado por el problema de crear un gobierno<br />
poderoso, de acumular una cantidad grande de poder,<br />
a fin de modernizarse, han sido peculiarmente ciegos<br />
a los problemas de crear autoridad efectiva en países<br />
en proceso de modernización.<br />
Lo anterior expresa la modernidad de una sociedad capitalista<br />
que fue consecuencia de la “ausencia de instituciones<br />
feudales”, y que demostró ser incapaz de medir el problema<br />
del poder en un contexto revolucionario externo.<br />
Es más, si la revolución significa en la mayoría de los casos<br />
desafiar al statu quo y lograr condiciones esenciales para<br />
la modernización económica y la democracia, esto representó<br />
una intersección poco probable con los intereses de<br />
Estados Unidos, en especial cuando éste señala al problema<br />
de la seguridad como su primera y última prioridad.<br />
Tal suceso trajo consigo un choque entre un mundo y el<br />
otro, y entre estrategias rivales para obtener el progreso.<br />
Y esto viene a cuento ahora que Washington ha orquestado<br />
una estrategia global contra el terrorismo internacional<br />
que ha resucitado sus fobias chovinistas más añejas.<br />
Este fenómeno ha reinstalado a ese país en el ejercicio<br />
de una tradición hegemonista y aislacionista que ha desdibujado<br />
buena parte de las agendas bilaterales y multilaterales<br />
que tenía antes del 11 de septiembre de 2001, todo<br />
lo cual ha afectado la posición de muchos países cercanos<br />
a Estados Unidos, especialmente de México. <strong>La</strong> relación<br />
bilateral con Estados Unidos ha quedado impactada y no<br />
es previsible, en el corto plazo, recuperar un clima, tan<br />
necesario como propicio, para que se regrese a una cierta<br />
normalidad que permita apuntar al profesionalismo de<br />
una relación más cuerda entre ambos vecinos. a<br />
Director del Centro de Investigaciones sobre<br />
<strong>América</strong> del Norte (CISAN) de la UNAM,<br />
jlvaldes@servidor.unam.mx<br />
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