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VE-05 SEPTIEMBRE 2014

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por qué olerían tan bien las sábanas, sí. «¿Qué que hago con la luz<br />

encendida?» Apareció la nube del trabajo y el coche, la moto y los<br />

amigos, los niños llorando y gritando y el jefe y el sudor asqueroso y el<br />

mundo dando mil millones de vueltas y cien mil vueltas más y Daniel que<br />

no recordaba ese olor pero que sí lo recordaba de algún lado y no estaba<br />

nunca en casa y no aguantaba a los niños y no se aguantaba ni él. Y el<br />

coche dando guerra, con averías, con mil historias y la moto con la rueda<br />

pinchada, y el taller cada día más caro y la gasolina y las cuestas y las<br />

ruedas y las averías y las ruedas y la bendita moto y el trabajo y las<br />

cuestas y llegar tarde y, ¿por qué olían tan bien las sábanas?<br />

Daniel cerró los ojos y antes de que Andrea pudiera llegar a la cama<br />

dio mil millones de vueltas, cien mil vueltas. No podía dormir y no eran<br />

los seis o siete o mil vasitos de asqueroso café de máquina, no eran los<br />

cien mil reproches de su jefe o los mil millones de muecas de Andrea, la<br />

pobre Andrea cansada de todo, cansada y pobre y Andrea y el trabajo y<br />

los niños y sus amigas. La cama y olía bien y Andrea y la moto y el<br />

trabajo y mil millones cien mil peleas por tonterías y tendría que<br />

regalarle flores un día de estos y la pobre Andrea y qué bien olían las<br />

sábanas.<br />

Ya eran las mil y todavía dando vueltas, pensó Daniel, mientras<br />

metía la nariz bien adentro de su almohada y parecía la misma pero algo<br />

olía muy bien cerca y no era su almohada y levantó el brazo y apareció la<br />

oficina, las horas muertas, el jefe con cara de perro y ese olor a<br />

cansancio, a vida perra, a pocas horas de sueño, a una vida de mierda.<br />

Dejó caer la cabeza y se le hundió entre las dos almohadas. Era un hueco<br />

pequeño. Dejó la cabeza muerta. Casi no podía respirar. Se fue a la<br />

mierda el trabajo, los lloros, el coche y la moto y Andrea… Andrea<br />

apareció vestida de primavera, con un vestido corto, de colores suaves y<br />

con las rodillas descubiertas, hermosas piernas blancas, limpias, tiernas.<br />

Daniel flotaba y moría con el aroma de su rosa del desierto… Ahí<br />

estaba obnubilado por su belleza, pasmado ante una luz blanca y risueña<br />

que le acariciaba la cara mientras las babas le mojaban las mejillas y<br />

luego el bigote y hasta las cejas, y un aroma intenso se le metía por la<br />

nariz y le llegaba hasta la nuca. La mayor de las bellezas no es una luz, no<br />

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